Por: MUGS Redacción

 

En 1936, el afamado pintor chihuahuense David Alfaro Siqueiros descubrió “algo maravilloso, sólo semejante al misterio de la creación biológica, al secreto de las configuraciones geológicas, al misterio de la creación entera, mediante el uso de simples superposiciones de colores que por absorción, en un tremendo e inexplicable maridaje, producen los más extraños y gloriosos fenómenos plásticos”.

En un taller experimental, realizado en Nueva York, “pudimos crear lo más insospechado y dinámico […] Formas que se revuelven entre sí y se destrozan las unas contra las otras, lanzando al aire la síntesis de su choque”. Se trataba de una nueva técnica pictórica que llevaría por nombre pintura accidental, pero que él mismo llamó “accidente controlado”.

Para realizar sus obras utilizó todos los procedimientos imaginables: “[…] la brocha de mano, la brocha mecánica, las veladuras, las raspaduras y los trucos imaginables de la alquimia pictórica […]”. Sin embargo, nadie había explicado cómo se producen tales efectos.

Un equipo interdisciplinario de los institutos de investigaciones Estéticas (IIE) y en Materiales (IIM), así como de Ingeniería (II), encabezado por Roberto Zenit, del IIM, encontró la física y, específicamente, la dinámica de fluidos detrás de esta técnica.

La pintura accidental se explica por un fenómeno presente en la naturaleza denominado inestabilidad Rayleigh-Taylor, que se produce si un fluido de baja densidad “empuja” a otro de alta, como ocurre en las nubes, los domos salinos, las nebulosas o, incluso, al hacer un hot cake y el fluido de la masa con leche, al entrar en contacto con el aire caliente del sartén, de diferente densidad, genera “inestabilidades” en las orillas, explicó Francisco Godínez, del II.

Arte y ciencia

Suicidio Colectivo, El nacimiento del fascismo o El fin del mundo son algunas de las obras de Siqueiros representativas de esta técnica. La primera, exhibida en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, es un monumento a las culturas prehispánicas condenadas de las Américas y un grito de guerra contra los regímenes totalitarios contemporáneos.

Sandra Zetina, coordinadora del Laboratorio de Diagnóstico de Obras de Arte del IIE, se interesó en la técnica accidental. Como parte de su tesis de maestría, se había concentrado en el estudio de Explosión en la ciudad, obra del Museo Carrillo Gil, y cuya fecha (1935) había sido cuestionada por la historiadora del arte, Esther Acevedo.

Incluso, antes ya había realizado una reproducción experimental de la técnica junto con una colega y al hacerlo “entendimos por qué Siqueiros hizo esas imágenes, porque todas son apocalípticas y justo tienen que ver con la capacidad de los fluidos de moverse”, expuso la especialista.

Sin embargo, no había una explicación de cómo se producen tales “efectos” en las obras de arte realizadas bajo ese método. Entonces, la historiadora del arte se acercó a un experto en el estudio de la relación entre el esfuerzo y la deformación en los materiales que son capaces de fluir, el reólogo Roberto Zenit, quien accedió a hacer una investigación a fondo y encontrar cómo es la “creación verdadera de la pintura”, por qué “la pintura se crea a sí misma”, como dijo Siqueiros.

El artista tiraba la pintura y la dejaba actuar; así, aparentemente de la nada se creaba esa especie de formas autoenvolventes. Reprodujimos la técnica muchas veces, y con los científicos aún más, relató Zetina. De inmediato, Zenit identificó la inestabilidad Rayleigh-Taylor, y que la densidad de las diferentes pinturas es la causante de los efectos, pero había que probarlo.

Se hicieron infinidad de mezclas y en varias proporciones. La más característica fue la de blanco (más densa) sobre negro (menos densa), lo que provoca que la primera tienda a ir hacia abajo y la segunda hacia arriba. De ese modo se origina un movimiento de hongo, como cuando ocurre una explosión atómica, “porque el aire también es un fluido”, abundó la académica.

También se usaron otros colores, como amarillo o azul de Prusia –que no pesa– sobre laca traslúcida, “y no pasó nada”. Comprobamos que la formación de patrones varía de acuerdo con el color, o mejor dicho, con la densidad de cada laca.

Para el estudio la base fue un trabajo del Premio Nobel de Física (1983), Subrahmanyan Chandrasekhar, quien planteó el análisis de inestabilidades de Rayleigh-Taylor combinando fluidos de diferente densidad, precisó Francisco Godínez.

La investigación se basó en imágenes, fundamentalmente; se mezcló la pintura y se midió cómo cambia la altura de cada una de las capas conforme pasa el tiempo; “es un dato que necesitamos para hacer el estudio matemático de las inestabilidades”.

De igual forma, se hizo un análisis digital y de complejidad de la imagen, se midió la entropía e, incluso, se obtuvieron los números de Betti, que en topología algebraica distinguen los espacios topológicos, señaló el integrante del II.

La investigación ha sido dada a conocer en revistas como Physics of Fluids y recientemente en PLOS ONE; Nature hizo un highlight (concentrado) de esta última publicación el 5 de mayo, y Physics Today va a publicar un back scatter (una sección) sobre ese mismo trabajo.

Los materiales

Siqueiros llevaba años planeando realizar una colaboración con otros artistas donde estuvieran presentes las herramientas más modernas, las técnicas y los materiales más novedosos de la época, y pintar sin pinceles; así surgió la pintura accidental.

Las lacas de nitrato de celulosa, también llamadas piroxilinas o algodón pólvora, tuvieron un papel fundamental. Se desarrollaron como una tecnología de reúso de materiales de la Primera Guerra Mundial, a los cuales se buscaron nuevas aplicaciones, entre ellas, para pinturas de autos y barniz de uñas.

Su innovación era ser de secado rápido. Las lacas tardaban máximo 20 minutos en fraguar, porque secan por evaporación y no por oxidación como las otras, que toman días.

Por supuesto, precisó Zetina, Siqueiros podía mover la tabla, hacer más soluble la pintura, tirarla con una brocha de aire o verter directamente líquido sobre líquido, haciendo hoyitos en las latas y dejando que se produjeran las “absorciones”. Conocía sus materiales y jugó con eso.

Luego del taller experimental en Nueva York, al cual asistieron artistas que después fueron importantes en el expresionismo abstracto, como Jackson Pollock, Siqueiros describió la técnica a su novia, María Asúnsolo, en una carta muy inspirada, fechada el 6 de abril de 1936, donde describe: “conseguimos crear el mar y no copiar el mar”, refiriéndose a El nacimiento del fascismo –que evoca la famosa Balsa de la Medusa de Géricault y que se exhibe en la Sala de Arte Público Siqueiros–.

Por la importancia de esta investigación y el realce internacional que ha tenido, Sandra Zetina informó que continuará la colaboración entre científicos e historiadores del arte, no sólo para el análisis de obras artísticas, sino por su importancia para la conservación de las mismas.