Por Arnulfo Roque Huerta

Como Oz

Me sentí muy emocionado la noche anterior a mi primer día de trabajo como docente, más aun pensando que nunca lo había hecho antes y menos a grupos donde la particularidad era la ausencia de niños; sí, así es pues sólo niñas llenaban todos y cada de uno de los salones de aquel enorme colegio y aunque me habían tratado de explicar la dinámica a seguir, la verdad es que en la práctica sería completamente distinto.

La mañana era cálida y muy bonita, la entrada de la escuela tenía de fondo la belleza de los volcanes enalteciendo aún más aquel lugar; desde la entrada percibí un ambiente diferente al que estaba acostumbrado, pues se apreciaba una calma inimaginable al tratarse de un colegio. Recorrí un camino el cual me recordó aquel pasaje del libro escrito por Lyman Frank Baum “El maravilloso mago de Oz” y no por que tuviese un camino de lozas amarillas, sino por lo largo que era.

Pensándolo bien ese camino es la analogía perfecta del libro, pues muchas niñas cuando terminan de recorrerlo, al igual que Dorothy buscaban volver a casa y como el espantapájaros eran dotadas de un cerebro al acostumbrarse a su nueva vida en aquel internado; como el león recibirían el valor suficiente para enfrentar los problemas que la vida les pudiera presentar y del mismo modo que el hombre de hojalata muchas de aquellas chicas descubrían que tenían un hermoso corazón.

Con aquel pensamiento llegué hasta la sala de maestros en donde me encontré con más personajes del mundo de Oz, más no los mencionaré en esta ocasión (no vaya a ser que se reconozcan). Me explicaron cuáles serían mis grupos y mi horario y claro, me hablaron de todas las restricciones que tendría (de las cuales les iré contando poco a poco).

Al tocar el timbre de la primera hora tomé un par de gises que me proporcionaron (sí, dije gises pues allí aun trabajan con gises y pizarrón verde), no olvidé el borrador y la lista donde destacaban apellidos de diversas etnias del país, debo confesar que me costó un poco de trabajo mencionar bien sus nombres, pero en fin me fui a parar a una de las dos puertas con las que cuenta cada salón de la escuela.

Las niñas ya me esperaban todas de pie, en líneas tan derechitas que parecían haber sido acomodadas y medidas con regla después de miles de cálculos matemáticos; pero eso no era lo más interesante, lo verdaderamente asombroso fue tener que poner a trabajar muy bien mi sentido de la vista para diferenciarlas y no exagero al decir esto: todas de tenis azules bien lavaditos (al menos ese día estaban bien lavaditos), calcetas idénticas, faldas hechas a la medida, su blusita impecable cubierta por un suéter azul con el logo del colegio… sé que a los lectores no les sorprenderá la igualdad pues es un uniforme y es obvio que se parezcan; estoy de acuerdo, pero aquel corte de cabello estilo príncipe valiente y sus rasgos físicos tan similares, eso sí que completaba lo impecable de aquellos uniformes escolares.

Después de unos segundos de inspección puse mi mejor sonrisa y entré muy educado dando los buenos días e inmediatamente obtuve repuesta, aquel “buenos días” fue parejito, todas al mismo tiempo como si lo hubiesen practicado, no dejé que vieran mi asombro y nuevamente me dirigí a ellas preguntando: -¿Cómo están?-, la respuesta al instante: -¿Bien gracias y usted?-. Sí, al mismo tiempo, muy bien coordinadas, era increíble.

Pasada la impresión me presenté y mientras lo hacía miraba detenidamente a cada una de esas 40 niñas, entonces pude diferenciarlas. En verdad eran tan similares y a la vez tan distintas, todas miraban atentas y también parecían inspeccionarme, en sus ojos se percibía ternura y en su rostro hambre de conocimiento, entonces me pregunté si yo podría alimentarlas, si en verdad sabía lo que estaba haciendo, entendí el gran compromiso adquirido con ellas y pensé que por respeto terminaría ese día y me iría a casa para no volver jamás, para no tratar de involucrarme más en esa labor de responsabilidad mayúscula.

Mi mente comenzó a colocarme en muchos lugares, en una empresa de publicidad, en un salón de evento como maestro de ceremonias o de último en el negocio de mi padre, pero entonces una de las chicas se puso de pie y dijo algo que no olvidaré nunca: –¡Bienvenido maestro!-, “maestro” la palabra se clavó en mi mente y estuve a punto de decir “!no, no tengo una maestría, soy sólo licenciado; no tengo práctica ni experiencia para llamarme maestro!”.

Sin embargo comprendí enseguida que ella no se refería al título sino a la persona; esas niñas me habían visto como aquel que podía guiarlas, habían visto en mí alguien en quien confiar y yo había visto en ellas muchas necesidades. Vi muchos intelectos listos para explotar sus capacidades, vi mucha cobardía lista para ser cambiada en valor y observé muchos corazones que necesitaban ser restaurados, las vi listas para recorrer el camino amarillo y fue entonces cuando decidí ser su maestro, pero no uno como los demás, sino como el Mago de Oz.