Por: Oswaldo Rojas

En el aniversario luctuoso de Julio Cortázar, el cronopio mayor, Mugs Noticias compila algunos de los textos del argentino dirigidos a tres mujeres que marcaron de varias formas su obra. A su esposa Carol Dunlop, a su amiga Alejandra Pizarnik  y otra a la también poetisa Ida Vitale.

El primero de los textos es la despedida-tributo que Cortázar le dio a Carol en el libro que comenzaron a escribir juntos , Los autonautas de la cosmopista, pero que la muerte de su esposa en 1982 hizo que el argentino terminara solo.

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Lector, tal vez ya lo sabes: Julio, el Lobo, termina y ordena solo este libro que fue vivido y escrito por la Osita y por él como un pianista toca una sonata, las manos unidas en una sola búsqueda de ritmo y melodía.

Apenas terminada la expedición, volvimos a nuestra vida militante y partimos una vez más a Nicaragua donde había y hay tanto que hacer. Carol reanudó allí su trabajo de fotógrafa mientras yo escribía artículos para mostrar en todos los horizontes posibles la verdad y la grandeza de la lucha de ese pequeño pueblo que infatigablemente continúa su viaje hacia la dignidad y la libertad. También allí encontramos felicidad, ya no solos en los paraderos del París-Marsella sino en el contacto cotidiano con mujeres, hombres y niños que miraban como nosotros hacia delante. Allí la Osita empezó a declinar, víctima de un mal que creímos pasajero porque en ella la voluntad de la vida era más fuerte que todos los pronósticos, y yo compartía su coraje como siempre compartí su luz, su sonrisa, su enamorada vivencia del sol, del mar y de la esperanza en un futuro más hermoso. Volvimos a París llenos de planes: terminar juntos el libro, dar sus derechos de autor al pueblo nicaragüense, vivir, vivir todavía más intensamente. Siguieron dos meses que nuestros amigos llenaron de cariño, dos meses en que rodeamos a la Osita de ternura y en que ella nos dio cada día ese valor que nos iba abandonando. La vi emprender su viaje solitario, donde yo no podía ya acompañarla, y el 2 de noviembre se me fue de entre las manos como un hilito de agua, sin aceptar que los demonios dijeran la última palabra, ella que tanto los había desafiado y combatido en estas páginas.

A ella le debo, como le debo lo mejor de mis últimos años, terminar solo este relato. Bien sé, Osita, que habrías hecho lo mismo si me hubiera tocado precederte en la partida, y que tu mano escribe, junto con la mía, estas últimas palabras en las que el dolor no es, no será nunca más fuerte que la vida que me enseñaste a vivir como acaso hemos llegado a mostrarlo en esta aventura que toca aquí a su término pero que sigue, sigue en nuestro dragón, sigue para siempre en nuestra autopista.

La siguiente carta la mandó a Ida Vitale, una poeta amiga suya con la que intercambio id(e)as de estilo y pasión.

 

París, 9 de mayo de 19721

Gracias, querida Ida, por Oidor andante:2 gra- cias por muchas cosas, por enviarme tu libro más allá de un mar que me separa demasiado de tanta cosa que recuerdo y amo, gracias por ser vos, por tu poesía ceñida y necesaria, por ese recuerdo uruguayo que me llena de pájaros este frío depar- tamento de París. Me acuerdo de un saludo, de un vago diálogo en La Habana, de un no- conocimiento del que creo que ni vos ni yo fuimos culpables3. Hoy te siento muy cerca, tus poemas son todo eso que el pudor rioplatense (en algunos de nosotros, por lo menos) niega en una relación personal efímera. Anoche, sabés, casi una semana después de haber leído tu libro, me desperté con dos versos en la oscuridad, dos ver- sos que curiosamente no parecen tener un senti- do particular fuera de su contexto y que sin embargo, sin embargo…

y entre el carmín y el índigo
el color oscurísimo del huracán espera.

Por cosas así, por contactos no explicables lógi- camente, los poetas se reconocen y se reúnen. Pero hacía falta que fueras vos la que me enviara tu pájaro-libro, con “Se elige”, con “Recreativa”….. ¿y por qué, decime, tachaste esas palabras en “Oficio”, que se dejan leer por transparencia y que yo creo parte del ritmo del poema?

Ida, para vos esta casi carta escrita de un tirón, como debe ser, como la quería para vos, con todo mi afecto,

Julio

Finalmente una pequeña misiva a Alejandra Pizarnik, por quien sintió un cariño profundo. De paso hay que aclarar que en una carta dirigida a Ana María Barrenechea niega que la Maga de Rayuela este inspirada en Pizarnik.

“Hemos compartido hospitales, aunque por motivos diferentes; la mía es harto banal, un accidente de auto que estuvo a punto de. Pero vos, vos, ¿te das realmente cuenta de todo lo que me escribís? Sí, desde luego te das cuenta, y sin embargo no te acepto así, no te quiero así, yo te quiero viva, burra, y date cuenta que te estoy hablando del lenguaje mismo del cariño y la confianza –y todo eso, carajo, está del lado de la vida y no de la muerte.

Quiero otra carta tuya, pronto, una carta tuya. Eso otro es también vos, lo sé, pero no es todo y además no es lo mejor de vos. Salir por esa puerta es falso en tu caso, lo siento como si se tratara de mí mismo.

El poder poético es tuyo, lo sabés, lo sabemos todos los que te leemos; y ya no vivimos los tiempos en que ese poder era el antagonista frente a la vida, y ésta el verdugo del poeta. Los verdugos, hoy, matan otra cosa que poetas, ya no queda ni siquiera ese privilegio imperial, queridísima.

Yo te reclamo, no humildad, no obsecuencia, sino enlace con esto que nos envuelve a todos, llámale la luz o César Vallejo o el cine japonés: un pulso sobre la tierra, alegre o triste, pero no un silencio de renuncia voluntaria. Sólo te acepto viva, sólo te quiero Alejandra.

Escribíme, coño, y perdoná el tono, pero con qué ganas te bajaría el slip (¿rosa o verde?) para darte una paliza de esas que dicen te quiero a cada chicotazo.”

Para despedirlo en este aniversario vale la pena recordar este poema de Cortázar escrito tras la muerte de Pizarnik y dedicado a ella.

 

“Puesto que el Hades no existe,

seguramente estás allí,

último hotel, último sueño,

pasajera obstinada de la ausencia.

Sin equipajes ni papeles,

dando por óbolo un cuaderno

o un lápiz de color.

-Acéptalos, barquero: nadie pagó más caro

el ingreso a los Grandes Transparentes,

al jardín donde Alicia la esperaba.”

“Bicho aquí,

aquí contra esto,

pegada a las palabras

te reclamo.

Ya es la noche, vení”.