Por: César Dorado/

Su forma de ver la vida, influenciada quizá por esa infancia encerrada en casa, donde los jardines ofrecían una infinidad de posibilidades para la imaginación, hace de las letras de Amparo Dávila un remedio para que la vida de confinamiento por la pandemia de Covid-19 comience a revelarnos una forma diferente de ver nuestros propios hogares, lo que comemos y a esos integrantes de la familia que, como en su cuento “El Huésped”, pueden representar una amenaza.

Perteneciente a la Generación de medio siglo y consagrándose como unas de las escritoras mexicanas más representativas del género fantástico de Latinoamérica, el estilo de Dávila está empapado de escenarios sombríos y hasta terroríficos que dan a las formas en las que un ser convive con la muerte y el sufrimiento otro sentido menos fatalista.

Incluso la relación con el dolor, esa experiencia que a toda costa se quiere evadir, se transforma para tomarse como un reto que se mide y se pone a prueba a través de escenarios que son, de acuerdo al crítico literario dice León Guillermo Gutiérrez “cerrados, oscuros, o si son abiertos se convierten en escenografías lúgubres, microcosmos donde el horror agazapado lanza de repente el zarpazo. Dávila apela a la acción rápida; los diálogos son mínimos o integrados a la trama. Son cuentos, también, impregnados de la ternura del amor, pues parten de las minucias de la vida cotidiana”.

En “Fragmentos de un diario” de la compilación “Tiempo Destrozado” (1959), la escritora Zacatecana cuenta la historia de un hombre que ve su vida a través del edifico donde se encuentra su departamento y, con su propio sistema, va ubicándose en los niveles de dolor que va soportando con el pasar de los días. A pesar de que está a punto de llegar al nivel máximo, él mismo reconoce que se engaña y tiene que regresar a un nivel más abajo, todo en ese “espacio encerrado” de las escaleras donde contempla a los demás vecinos como “gente que sube arrastrando el aliento” o  masas informes que “caen sordamente”.

Pero no sólo los espacios hacen que los relatos de Amparo Dávila sean una travesía por la imaginación y la melancolía, sino también los elementos filosóficos  que forman a sus personajes quienes, aunque se enfrascan en una tristeza profunda, invitan a la propia reflexión a través de observar lo exterior y reconocer que eso también influye en nuestro comportamiento y nos puede producir miedo, rencor o una alegría intensa, pero que se extinguirá inmediatamente.

Luis Mario Schneider calificó los cuentos de Amparo como algo que “no sólo es literatura, sino una profunda investigación, en el campo de la ética, del comportamiento humano”. Y es que la reflexión de lo que rodea a un ser humano es lo que lo lleva a entender que la cotidianidad, aunque parezca tediosa y sofocante, esta revestida de algo más que puede perturbar a quien la vive.

Esa peculiaridad, en donde los escenarios son vistos con penuria y no cambian, hace que en tiempos de encierro, la literatura de la ganadora del Premio Xavier Villaurrutia sea una posibilidad para reflexionar sobre lo que nos rodea en casa y las personas con las que convivimos, quienes aunque parezcan igual de cotidianos que las cosas, están llenos de un misterio inigualable.