Por: Miguel Báez

La oscuridad de la sala Manuel M. Ponce se quebraba en el escenario donde se veía una fotografía de Hugo Gutiérrez Vega premiado con la medalla de Bellas Artes hace un año. La fotografía cuestionaba la sutileza de la vida. Una imagen del escritor, sereno, dedicado, en el mismo recinto en donde se celebra hoy, 1 de octubre tras su fallecimiento, el 50 aniversario de la publicación de su primer poemario, Buscado amor, editado y publicado en Argentina por la editorial Losada en el año de 1965.

El mármol anaranjado de los pilares matizó con los decorados de madera del lugar, con la cabeza de los asistentes recortada en la oscuridad, con las localidades forradas de una tela percudida, con las potentes luces anaranjadas que llegaban al escenario, luctuoso, de flores, mantel negro y tulipanes.

Un video realizado por la Cátedra que lleva su nombre de la Universidad de Guadalajara, ciudad que ha visto nacer a grandes figuras de la literatura nacional como Mariano Azuela y Juan Rulfo se proyectó y desplegó, mediante importantes voces del México actual, como Carmen Aristegui, Fernando del Paso, y Rafael Tovar y de Teresa, su legado, sus virtudes y su trabajo octogenario. Se coló por los altavoces la voz del invitado invisible Gutiérrez Vega, leyendo fragmentos de su poemario.

Los invitados hablaron sobre un espíritu que rondaba el recinto y que escuchaba a sus interlocutores directamente, al que se dirigieron siempre como si estuviera en la primera fila, mirándolos. A veces hablaban en presente, hasta que caían en la cuenta: “Te agradezco la libertad que has respetado en todos los órdenes y que a tu familia das con generosidad sin límites. Dabas con generosidad sin límites.”

“No puede estar físicamente aquí, pero está su presencia. Hoy sé que hay despedida. Leo de nuevo una parte para él y para cada uno de ustedes en esta sala donde recibió la medalla de Bellas Artes “ dijo emotiva Lucinda, su esposa.

Lucinda Ruiz Posada, vestía una elegante camisa negra bordada con flores que contrastaban con las reales y que realzaban un indulgente luto familiar, que no se decidía, uno ambiguo, triste, amargo, alegre también de su amor perdido, de su compañero de vida.

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Lucinda Ruiz y Diana Bracho Foto: Conaculta

El silencio que mantenía el público se estremeció al escuchar como Lucinda Ruíz al leer su homenaje, se interrumpió. Su voz, se rompió con un conato de llanto que logró contener. Tomó un respiro y un trago de agua y recuperó la entereza. A lo largo de sus palabras la situación se repitió.

“Una vez usó una epígrafe que puse en la historia de Margarita, la costurera de la casa de mi infancia. Aún brilla el brillo de tus agujas que me bordaron el pensamiento. Lo leí en un libro de primaria, me abrazó, me conmovió aprendí el poema de memoria. Por eso él decía que la poesía, es indispensable.”
El encargado de la cátedra, Alejandro Sánchez Cortés, agradeció por todas las enseñanzas del escritor, por toda su colaboración y trabajo conjunto. Lo homenajeó congratulándolo entre lágrimas y estremecimientos. Le hablaba a su interlocutor presente. Al final se desprendió de él “Aunque va a costar mucho trabajo hablar en pasado, tu habitas en la cátedra y en el legado que dejas dignamente lo llevaremos por todos esos campus universitarios y por todos esos pueblos, por todos esos pequeños ranchos que tú amabas, por todos esos países a donde tú caminaste, para que las nuevas generaciones conozcan lo que yo conocí a tu lado, lo que tu dejas en tus libros, en tu obra.”

Diana Bracho recordó su “erudición universal” y su sentido del humor, “uno maravilloso. Un sentido del humor que reflejaba su inteligencia, porque una persona inteligente necesariamente tiene sentido del humor y Hugo lo tenía a todo lo que daba. Era profundo, irreverente, delicioso y muy entrañable” dijo, mientras leía fragmentos de un itinerario de vida publicado por Angélica María Aguado Hernández y José Jaime Paulín Larracochea en marzo de este año.

Carmen Villoro contó una anécdota sobre la vida del escritor, lo que permitió disolver el dolor en algunas risas, diluir la herida reciente: “Cuando tenía doce años, mi padre me llevó a Londres y estando allá me dijo: te voy a llevar a conocer a un poeta. Yo dije, ¿cómo será un poeta?(…) Cenamos y empezó a nevar. La primera nevada del año. Yo nunca había visto nevar pero seguramente ellos muchas veces. Sin embargo, Hugo, se entusiasmó, se levantó y dijo: ¡Está nevando! ¡Vamos afuera a recibir la nevada!. Salimos y Hugo jugaba y brincaba con los copitos de nieve como un niño y entonces entendí: Esto es un poeta. Alguien que juega con lo simple, y que se asombra con lo que ha visto muchas veces”.

La electricidad recorrió todo el recinto en las risas y en las lágrimas, igual que la presencia de ausente autor, hasta el término del homenaje.

Sobre las flores Lucinda Ruíz dijo: “Nezahualcóyotl decía que las flores son la sonrisa de la tierra y Pellicer decía: Ser flor es ser un foco de colores con brisa, la vida de una flor cabe en una sonrisa.” Al final, repartió las flores que le fueron regaladas en el homenaje. Entrego entonces sonrisas y también pedazos de poesía de Gutiérrez Vega.