Autor Arnulfo Roque Huerta

Cabizbajo camina aquel hombre, la multitud pasa a su lado. Nadie le da importancia pues es otro individuo igual, de esos que llenan las calles sin que nadie sepa a donde van. La tierra sigue girando, su andar nunca culmina; la tarde ha caído de nuevo, un día más que termina. Ha visto pasar muchos de ellos, el uno la copia del otro y el de mañana seguro se perderá de a poco. Perdió la esperanza hace mucho, cuando la realidad lo aplastó, cuando la juventud se le fue acabando, cuando el orgullo se le fue volando.
En ese mismo momento, en otro lugar cercano, se encuentra aquella mujer sin un centavo en la mano; en sus mejores tiempos el mundo miraba a sus pies, ahora que no es tan joven ya ni al espejo se ve. Recorre diariamente la pequeña habitación, esperando que al menos hoy su hombre no la golpee sin razón. Ya no sabe en qué día vive, si es de noche o si es de día pues hace ya mucho tiempo se le escapó la alegría. Quién la viera tan acabada, tan triste y deprimida, dirían que dista mucho de aquella joven que un día fue altanera y presumida.
Mientras tanto en un colegio respetable, guarda sus cosas felizmente el viejo profesor honorable. Trabaja todo el tiempo con eficacia y premura, para que el joven reciba educación y cultura; es contado el que lo entiende y menor el que lo escucha pues hace años que en el país contra la ignorancia ya no hay lucha. Él es de los pocos que no se rindió, el que por mucho tiempo lidió contra un endeble sistema, contra un ambiente desolador y contra el padre solapador. Ahora ya no tan joven, ha visto a muchos padres llorar por aquellos hijos que de niños no supieron educar.
El cabizbajo hombre que camina nunca deja de pensar en todas aquellas oportunidades que sin darse cuenta dejó pasar; recuerda que cursó la escuela preparatoria sin que le importara aprender, pues sabía que sin esforzarse al siguiente grado podría acceder. En su mente está, que al concluir la media superior en la universidad no encontró cabida, así que sin excusa se tuvo que enfrentar a la cruel y dura vida; recuerda también que quiso encontrar un empleo donde el sueldo fuera mucho y el trabajo poco, claro está que todos lo tacharon de ingenuo, además de un tanto loco.
La mujer sin un centavo nunca podrá olvidar que sin ser tan atractiva siempre se las dio de diva: creía ser única, maravillosa e invencible, más tarde se enteró que para todo mundo siempre fue arrogante, presumida e insensible. Nunca le importaron las recomendaciones pues siempre encontraba excusas para sus malas acciones; si alguien se atrevía a contradecirla contra sus padres cuartel no encontraría, pues aunque sabían que ella era la equivocada, sacaban defensa de la nada sin darse cuenta que la vida nadie la tiene comprada.
El honorable profesor a la diva y al cabizbajo un día les señaló que no es bueno ningún atajo; que aquel que sin esfuerzo muy alto quiere volar, sin duda va a fracasar, pues la suerte que a veces les tocaba sin dudar un día se acaba; que el orgullo y la arrogancia son camino a la ignorancia, que el delirio de grandeza solo es falta de entereza; que al reclamar y retar con gritos hilarantes están tratando de ocultar sus limitantes, que un padre es eternos y del respaldo que te da un día solo quedará el recuerdo.
Esta historia ya pasó o tal vez está pasando, si hay un joven que la lea espero esté analizando. Si un padre éste escrito se encontró, aunque no fue así como lo dije: “El que ama a su hijo, sin dudarlo lo corrige”. Edúquenlos en el respeto, el esfuerzo y el trabajo, para que no caminen nunca como el hombre cabizbajo; no es necesario que todo lo que su hija exija sin merecerlo lo reciba para no verla en el futuro como aquella pobre diva.