Autor Arnulfo Roque Huerta  

El reloj marcaba las 13:14 horas en la Ciudad de México, yo me encontraba listo para ingresar a la penúltima clase del día cuando la tierra comenzó a moverse por segunda vez en menos de quince días. Los chicos fueron sorprendidos por el fenómeno natural pues ni uno solo de ellos había enfrentado una situación como ésta lejos de su casa y obviamente de sus padres; es decir, estaban fuera del entorno en el que más seguros se encuentran. El 19 de septiembre de 2017 justo 32 años después del terremoto de 1985 quedará grabado en la memoria de miles de estudiantes que sintieron en carne propia el temor, la incertidumbre y la preocupación que generan los temblores de alta magnitud.

Las cicatrices del 85 venían sanando de a poco, muchos adultos aún contaban sus anécdotas a esta nueva generación, los cuales escuchaban como si fuese una historia de ciencia ficción, de una lejana época y un distante país; nunca imaginaron vivirlo en carne propia para entender a los mayores cuando les pedían seriedad a la hora de los simulacros. Por cierto, dos horas antes se había llevado a cabo el mega simulacro de manera simultánea en todas las escuelas de la capital del país y área conurbada, tal vez por eso cuando la alerta sísmica sonó nuevamente muchos pensaron que era un nuevo ejercicio, pero pronto cayeron en cuenta que era un alerta real.

Algunas escuelas ya habían dado salida a los alumnos, otras aún tenían clases por lo que los salones se encontraban con el máximo de alumnos, así que entre los profesores no hubo tiempo para pensar o meditar en lo sucedido, se tenía que actuar de inmediato, operar según los protocolos era primordial, los profesores no debían tener miedo o si lo sentían había que vencerlo en un par de segundos y tomar valor de donde fuera, para poder traer tranquilidad y seguridad a los chicos pues en verdad lo necesitaban.

La verdad los profesores no siempre son lo que los alumnos esperan, regularmente son sujetos de críticas, apodos, groserías, así como el blanco perfecto para recibir todo tipo de culpas y reclamos. Gran cantidad de ocasiones los alumnos esperan que no llegue a clases, que se encuentre incapacitado o se le haga tarde; regularmente el profesor suele ser el malo del cuento, el ogro, la bruja o ambos, pero la verdad en el sismo logré ver cómo lejos de todos estos estereotipos y etiquetas se volvían “protectores, aliados, héroes”.

Así es, el martes 19 de septiembre de 2017 los profesores mostraron que ser maestro no solo se trata de dar clases, sino también de comportarse con clase y valor ante estos acontecimientos, pues procuraron sacar de los salones a todos sus alumnos antes de salir ellos, mostraron que no buscan cualquier pretexto para arremeter contra el estudiante sino que encuentran el momento justo para protegerles y no permitir que nada malo les pase.

Los profesores dejaron de lado sus actividades docentes para convertirse en preservadores de la calma y créanme que lo lograron, escuché palabras de aliento que no enseñan en ninguna universidad, escuché palabras de seguridad que hacían respirar a los chicos permitiéndoles seguir las indicaciones al pie de la letra y también escuché mentiras necesarias al decirles al alumnado que el temblor había pasado cuando aún la tierra se movía con fuerza, todo esto con un único fin salvaguardar la integridad de sus niños.

Y sí, en ese momento los alumnos eran nuestros niños, pues muchos tuvimos que aguantar la incertidumbre de no saber cómo estaban nuestros propios hijos para garantizar el bienestar de los hijos de alguien más; fue necesario dejar de lado la preocupación que invadía nuestros corazones al no saber nada sobre nuestras familias para lograr que los chicos se encontraran pronto con las suyas, dejamos de ser padres, esposos, hijos, hermanos… para seguir siendo profesores.

Cierro agradeciendo a los profesores de mis hijos por actuar con fortaleza e integridad. A nombre de la sociedad agradezco también a todos los docentes que procuraron con valentía y honor la vida de sus alumnos antes que la propia, por no olvidarse que el trabajo de profesor no se limita al salón de clases. Les dejo esta frase de Nichlas Sparks para su reflexión: “Los maestros inspiran, entretienen y acabas aprendiendo mucho de ellos aunque no te des cuenta”.