Por: Mugs Redacción

Vivimos en un contexto sociocultural hipersexualizado, en el que se ha perdido de vista que el ser humano tiene sexualidad, es decir, placeres, afectos, emociones, pensamientos y un género que delimita su comportamiento. Hoy la sexualidad se ha reducido a la genitalidad, afirmó Ena Eréndira Niño Calixto, académica de la Facultad de Psicología (FP) de la UNAM.

En el tema, además, surgen nuevos conceptos, como el de asexual, que ahora forma parte de la diversidad sexual. Y así como hay personas heterosexuales, homosexuales o bisexuales, también hay quienes prefieren no ejercer su genitalidad.

De manera cotidiana se refiere como asexuales a quienes eligen no practicar su sexualidad, aunque en realidad se alude exclusivamente a su genitalidad, aclaró la experta del Programa de Sexualidad Humana de esta casa de estudios.

La sexualidad, abundó, contempla la integración de elementos humanos que van desde el aspecto biológico, la parte afectivo-emocional, espiritual (no religiosa) y de interacción con otras personas dentro de un contexto cultural. En contraste, la genitalidad atañe exclusivamente a la necesidad del coito con fines reproductivos.

El placer sensual, abundó Niño Calixto, se refiere a nuestros órganos sensoriales; entonces sentimos placer al mirar, oler, tocar, saborear y oír. También lo encontramos en los afectos, al estar con alguien o cerca de las personas que nos resultan importantes. De tal manera, el erotismo no sólo es corporal o genital, sino sensual y afectivo. La limitación del placer sexual no significa que no haya un disfrute de la vida y relación con otras personas.

Ena Eréndira Niño Calixto, académica de la Facultad de Psicología de la UNAM.

La experta explicó que hay momentos en el ciclo de vida del ser humano donde se presentan periodos de ser asexuales, en los que la genitalidad pasa a segundo término; por ejemplo, cuando lo prioritario son los estudios. Ello ocurre porque lo sexual es una necesidad, pero no lo es para la sobrevivencia.

En el polo opuesto, la hipersexualización (no hipersexualidad) presenta una exacerbación de las prácticas sexuales, todo lo que se hace se sexualiza, incluso la comida, que se vuelve afrodisiaca. En este sentido hay una gran cantidad de prácticas, entre ellas, las estimulaciones buco-genital (mal llamada sexo oral) y la digito-sexual.

Es muy amplio y se buscan otras maneras de obtener placer, como las prácticas bondage(donde se amarra, inmoviliza y golpea a la pareja; el dolor se transforma en una situación de placer), el intercambio de parejas o las relaciones sexuales con varias personas, señaló la universitaria. “En realidad se trata de una búsqueda de distintas posibilidades de ejercer esas prácticas, que se dan mucho entre los jóvenes que están en una etapa de exploración”.

Ena Niño recalcó que lo asexual y la hipersexualización no son patologías ni refieren a personas con “problemas mentales”. Simplemente son preferencias, posturas frente a la genitalidad.

Parecería que todo lo que hagan los demás y que no entra en los “parámetros” del grupo está mal, y nos hemos preocupado mucho por buscar las etiquetas para nombrar, discriminar o segregar: “trastorno”, “comportamiento antisocial” o “fuera de lo socialmente aceptado”.

Aunque no hay un estudio que citar, porque es un tema que no se ha tratado, puede decirse que entre los extremos de declararse asexual o hipersexual, “la mayoría de las personas nos movemos en la parte media, donde tenemos relaciones cuando queremos y podemos”.

Hay encuestas para saber el número de veces que una persona tiene relaciones sexuales a la semana, “como si fuera un patrón constante. Si estoy de vacaciones, a lo mejor todos los días, porque estoy dispuesta, relajada y no tengo que desvelarme en el trabajo; a fin de semestre un profesor prefiere que le pregunten cuántas horas durmió o si le dio tiempo de comer, que son aspectos más sustantivos para la vida”.

Más que importar la cantidad de relaciones sexuales, lo fundamental sería saber cuántas disfrutan, cuáles son realmente satisfactorias. “Si no, resulta que las mujeres en México, en promedio y atendiendo a una muestra especifica donde se hace el levantamiento de datos, tienen relaciones tres veces por semana, y las francesas, cinco. Pero, en cualquier caso ¿son placenteras o son parte de sus obligaciones maritales?”, finalizó Niño Calixto.