Por: Redacción/

La mayoría de la gente que ordenó la matanza de 1968 en México murió en paz en su cama y, si acaso queda algún funcionario asociado a ese suceso con vida, “entonces ¿cuál justicia? si llegamos siempre tarde”, sostuvo la escritora Myriam Moscona, al recordar la reciente noticia sobre la desclasificación de archivos de 1968, durante la Mesa 68 para un verso, realizada en la Casa del Tiempo de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).

La violencia no ha parado hasta la fecha: “estudiantes desaparecidos en Iguala, pueblos originarios acribillados por el ejército, dos tráileres que contienen más de 250 cuerpos en descomposición en el estado de Jalisco, por lo que 1968, como hoy, nos duele hasta los huesos”, puntualizó en un conversatorio que formó parte de las Jornadas académicas y culturales para conmemorar el 68.

Moscona señaló que no hay tantos poemas de 1968 escritos por mujeres, pero hay uno de Rosario Castellanos muy estremecedor llamado Memorial de Tlatelolco, que dice: Al día siguiente, nadie. La plaza amaneció barrida; los periódicos dieron como noticia principal el estado del tiempo. Y en la televisión, en el radio, en el cine no hubo ningún cambio de programa, ningún anuncio intercalado ni un minuto de silencio. No busques lo que no hay, no hurgues en los archivos pues nada consta en actas, mas he aquí que toco una llaga: es mi memoria.

Octavio Paz escribía sobre lo ocurrido en esa misma fecha: La vergüenza es ira vuelta contra uno mismo: si una nación entera se avergüenza, es león que se agazapa para saltar. Los empleados municipales lavan la sangre en la Plaza de los Sacrificios. Mira ahora, manchada antes de haber dicho algo que valga la pena, la limpidez.

“Cuentan que cuando Jaime Sabines fue electo senador por el Partido Revolucionario Institucional, al sentarse en su curul, los legisladores del Partido de la Revolución Democrática le gritaron: ‘pero los amorosos son nuestros’, en referencia a uno de los poemas más celebres del escritor y en señal de desaprobación por unirse a las filas del partido político que orquestara la masacre”, refirió.

Poco antes del suceso, Sabines escribía: “Tlatelolco será mencionado en los años que vienen como hoy hablamos de Río Blanco y Cananea, pero esto fue peor. Habría que lavar no sólo el piso sino la memoria. Habría que quitarles los ojos a los que vimos, asesinar también a los deudos, que nadie llore, que no haya más testigos. Pero la sangre echa raíces y crece como un árbol en el tiempo”.

El doctor Marco Antonio Millán Campuzano, profesor del Departamento de Ciencias de la Comunicación en la Unidad Cuajimalpa de la UAM, subrayó que 1968 fue ocasión del primer Premio de Poesía Aguascalientes, algo interesante porque la poesía también tiene un vínculo con la historia, al alentar el pensamiento en una dimensión relacionada con la crítica y la filosofía, como muestra un poema de Óscar Oliva, quien recibió ese galardón en 1971.

Los helicópteros han lanzado luces, ojos abiertos suspendidos en el aire. Siguiéndolos, yo les doy mi caída. ¿Qué es ese fragor, ese ruido de muchas aguas? El avance de los soldados es delatado por el golpeteo de los tacones de sus botas. Soy uno de los primeros en caer, leyó el investigador.

Salvador Castañeda, cofundador del grupo guerrillero Movimiento de Acción Revolucionaria y quien años más tarde cayera preso en Lecumberri, donde descubrió su vocación de escritor, ganó el Premio Grijalbo en 1980 por la novela ¿Por qué no dijiste todo?, recordó Millán Campuzano, quien dijo tener una peculiar relación con el 68, año en que nació y en el que vivió junto a su familia en la calzada Nonoalco Tlatelolco, frente a los edificios que enmarcaron la matanza.