Por: Redacción/

En México la ciudadanía está mejor preparada en materia de protección civil y cuenta con instituciones para afrontar un terremoto, pero no ocurre lo mismo en materia de infraestructura, advirtió el doctor Arturo Tena Colunga, profesor-investigador de la Unidad Azcapotzalco de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).

En entrevista, el académico del Departamento de Materiales sostuvo que los reglamentos de construcción han evolucionado y existen normas actualizadas, luego de la experiencia adquirida con los sismos registrados en 1985.

“La tendencia es que las nuevas estructuras construidas a partir de los nuevos reglamentos estén mejor diseñados para resistir ese tipo de fenómenos y aunque pudieran presentarse daños, la idea es que no colapsen y que la gente no vea en riesgo su vida”.

El ex presidente de la mesa directiva de la Sociedad Mexicana de Ingeniería Sísmica considera necesario tomar en cuenta que la Ciudad de México “posee zonas construidas hace muchos años, que no han recibido el mantenimiento adecuado” y fueron erigidas antes de la normatividad en vigor.

Existen edificaciones dañadas que siguen en pie, algunas –condominios y casas-habitaciones– están habitadas y sólo han recibido “pintura antisísmica”, pero no el nivel de ingeniería que requieren. “Incluso, hay algunos edificios que no se colapsaron en los años ochenta del siglo pasado, pero que en un siguiente terremoto podrían hacerlo”.

Todas esas construcciones “forman parte del inventario de riesgos al que una metrópoli debe prestar mayor atención”, sobre todo tratándose de una región de alta actividad sísmica.

El especialista instó a la población a trabajar de manera corresponsable y coordinada con las autoridades en actividades de prevención frente a desastres y a exigir una mejora en sus viviendas o espacios de trabajo, ya que “el desarrollo urbano implica planeación con base en los riesgos sísmicos, aun cuando predominan los intereses económicos de las inmobiliarias”.

En el estado de Chiapas las probabilidades de experimentar otro terremoto como el del pasado 7 de septiembre son muy bajas, sin embargo no puede descartarse una réplica fuerte debido a los reacomodos de las placas tectónicas en esa región, consideró Tena Colunga.

Esa zona del sureste ha permanecido sin cambios y no afecta al área de Guerrero, ya que no están ligadas y “afortunadamente no se trata de un fenómeno que se presente en cadena, por lo que uno con epicentro en la costa guerrerense debiera atenderse con mayor ímpetu por sus implicaciones en la Ciudad de México, aunque si ocurriera pronto, no estaría relacionado con el de Chiapas”.

El reciente movimiento telúrico, a pesar de haber sido de mayor magnitud que el de 1985 tuvo efectos menores en el centro del país, pues sucedió a una distancia más lejana: unos 700 kilómetros, razón por la cual fue percibido como de tipo oscilatorio, mientras que en el lugar del epicentro fue trepidatorio.

Los sismos son siempre de ese tipo cerca de la fuente, ya que el movimiento, además de horizontal es también vertical, por lo que las ondas sísmicas se van atenuando conforme atraviesan barreras naturales, principalmente las que se sienten en sentido vertical.

En cambio, hace 32 años el epicentro se ubicó entre las costas de Michoacán y Guerrero, a una distancia de alrededor de 400 kilómetros. “Aunque el fenómeno fue en realidad oscilatorio, en la Ciudad de México mucha gente lo percibió como trepidatorio debido a los daños que causó en edificios y estructuras y a los colapsos”.

La alerta fue implementada en su origen con 12 estaciones en la zona de Acapulco y toda la costa del estado de Guerrero, con el fin de anticipar la ocurrencia de un sismo, que es monitoreado desde antes de 1985, el cual se prevé suceda en la zona donde pasó el de 1957 y que provocó la caída del Ángel de la Independencia. “Lo hemos estado esperando desde hace 60 años y se estima será de alrededor de 8.2 grados Richter”.