• Su fama comenzó a crecer porque era un abierto oponente al régimen de gobierno porfirista y así lo hacía notar cada vez que delinquía, además de que buena parte del botín lo repartía entre la gente pobre, pero aún no se le conocía con el mote que lo hiciera tan famoso.

Por: José Sánchez/

El nombre de José de Jesús Negrete Molina, difícilmente dará una idea a nuestros lectores de quién se trata, pero si anteponemos su alias: “El Tigre de Santa Julia” y luego describimos la manera como lo detuvieron, lo que dio origen al dicho de: “lo agarraron como al tigre de Santa Julia”, entonces sí se le ubica como uno de los más famosos salteadores de caminos, considerado como un émulo de Jesús Arriaga, “Chucho el Roto”.

En torno a este personaje del género negro, se tejieron infinidad de mitos que llegaron a  crear una leyenda del sanguinario y violento individuo, incluso respecto a su muerte existen dos versiones: una romántica y llena de aventuras y otra producto de una traición, aunque en ambas se encargaron de ensalzar la vida de quien fuera considerado un “buen ladrón”, al estilo de Jesús Arriaga otro individuo que trascendió más por su mote que por su nombre: “Chucho el Roto”.

Esta es una de las hipótesis:

Fusilado en la Cárcel de Belén

“Me sobra valor pa’ mirar a la muerte de frente. Allá los espero”.

Sobrado, desafiante; así se dirigió “El Tigre de Santa Julia”, al piquete de soldados que se disponía a fusilarlo, al tiempo que rechazaba que le vendaran los ojos.

Supuestamente, su ejecución tuvo lugar en el muro norponiente de la cárcel de Belén, en 1910, donde actualmente se ubica el Centro Escolar Revolución, en la avenida Niños Héroes y Arcos de Belén, colonia Doctores.

La noche anterior a la madrugada de su fusilamiento, el legendario ladrón de caminos, al que la gente idealizó porque era capaz de robar el dinero a los ricos para repartirlo entre los pobres y desafiar abiertamente al gobierno porfirista, había pedido como última voluntad: barbacoa para cenar, un traje negro para morir “elegante” y un puro, “pa’ jalar aire a la hora de pararme frente al pelotón”.

Jesús por nombre tenía

Negrete por apellido.

Sus señas eran las balas,

su santo el mismo Cupido.

José de Jesús, nació el 11 agosto de 1873, en Cuerámaro, Guanajuato, del matrimonio formado por José Guadalupe Negrete y Luisa Medina, el hombre dedicado al campo y la mujer a su hogar.

Su nacimiento ocasionó la muerte de su madre, lo que originó el odio irracional de su padre que veía en el pequeño al responsable de la muerte de su pareja y lo culpaba de su tragedia, por lo que no perdía oportunidad para molerlo a golpes.

Los maltratos de su padre y el rudo trabajo del campo terminaron por hartarlo y siendo un adolescente, dejó su natal Cuerámaro y se vino al Distrito Federal, donde durante varios años y por distintos rumbos se dedicó a diferentes  actividades, sin un oficio definido, incluso participó, a las edad de 17 años, en 1890, en la construcción de la base del monumento al Ángel de la Independencia

Sin embargo, el sueldo de alarife y lo rudo del trabajo tampoco le satisfacieron y terminó por enrolarse en el Ejército, al que se incorporó en 1895, a la edad de 22 años, en el Tercer Batallón de Artillería como soldado raso.

En tan sólo año y medio, alcanzó el rango de sargento segundo, pero de nueva cuenta la paga no le pareció suficiente y solicitó su baja. Hasta esa fecha, seguía siendo solamente José de Jesús Negrete Medina, sin antecedentes delictivos y sin que la justicia lo reclamara.

Por algún tiempo siguió vagabundeando, pero sin ningún trabajo fijo, hasta que se fue a vivir al antiguo barrio de Santa Julia, cuyo nombre obedece a que la ex hacienda era propiedad de Julia Gómez. En ese entonces abarcaba lo que ahora corresponde a las colonias Tlaxpana y Anáhuac.

Con la preparación y el adiestramiento recibido en el Ejército, decidió no trabajar y formar una banda de salteadores de caminos, con sus amigos Tranquilino Peña, Fortino Mora, Gregorio Mariscal y Pedro Mora.

Su primer atraco fue a la hacienda de Aragón y de ahí siguieron infinidad de asaltos, sobre todo a rancherías, terratenientes, ganaderos, aristócratas porfirianos y caciques.

Su fama comenzó a crecer porque era un abierto oponente al régimen de gobierno porfirista y así lo hacía notar cada vez que delinquía, además de que buena parte del botín lo repartía entre la gente pobre, pero aún no se le conocía con el mote que lo hiciera tan famoso.

Robó catrines y haciendas,

mató muchos tecolotes

y no le faltaron tiendas

donde hiciera sus borlotes.

A principios de 1905, por el rumbo de la Villa de Guadalupe, junto con sus compinches asaltaron una gendarmería donde se apoderaron de armas y municiones que utilizarían en sus futuros robos.

En ese asalto, Jesús se hizo de una hermosa pistola de la que ya no se separaría nunca, una colt calibre 44 con cachas de nácar.

Al paso del tiempo los asaltos se hicieron más comunes y constantes y la banda cobraba mayor fama en todo el barrio de Santa Julia.

En cierta ocasión ocurrió un enfrentamiento a balazos con la gendarmería que estuvo a punto de atraparlo, pero Jesús abatió a dos de los policías y a partir de entonces la gente le impuso el apodo de “Tigre de Santa Julia”.

Sus correrías eran ya bastante conocidas e incluso el periódico El Imparcial, que lo describía como un troglodita, llegó a publicar parte de su historia.

A la par que cobraba fama como “ladrón justiciero”, aunque sanguinario, también se le achacaron innumerables amoríos, señalándolo como todo un conquistador.

Le decían El Mil Amores

del barrio de Santa Julia;

cual tigre de la sierra

las contaba por colores.

Durante los meses siguientes continuaron los asaltos por ese rumbo, hasta que la banda fue aprehendida y sus miembros llevados a la cárcel de Belem, pero a los pocos días se fugaron.

Sus hombres, que se quedaron por el rumbo, fueron recapturados en cuestión de horas, pero José de Jesús se fue rumbo a Tacubaya, al barrio de Puerto Pinto, donde vivía una de sus su novias, Guadalupe Guerrero.

Buscó nuevos integrantes para su banda, intensificó sus acciones y se convirtió en todo un dolor de cabeza para el gobierno, ya que se hacía humo cuando estaban a punto de atraparlo.

De Tacuba a Tacubaya,

de Guerrero a La Piedad,

fue el azote del Gobierno

de toda la sociedad.

Jesús tenía la precaución de no pasar más de una noche en sus escondites, así que la policía no tenía pista alguna para seguirlo.

Fue entonces que el coronel Félix Díaz, que era el inspector general recibió órdenes de su tío, el general y presidente de México, Porfirio Díaz, de capturar de inmediato al temible salteador y asesino.

Las indicaciones eran aprehender lo más pronto al “Tigre de Santa Julia”, para evitar que siguiera tomando fuerza entre la gente y pudiera llegar a convertirse en una especie de líder social capaz de organizar una revuelta.

Don Porfirio le echó encima

a toda la fuerza armada

pero en la primera esquina

que se tantea a l’Acordada.

Ante la presión del señor presidente, el coronel Díaz comisionó a uno de sus mejores hombres, al capitán Francisco Chávez, quien quedó al frente de las acciones para capturar al temible salteador.

Al hacer sus investigaciones, Francisco se enteró de los amoríos de José de Jesús con Guadalupe Guerrero, y entonces se vistió de civil e hizo correr el rumor de que él y Guadalupe eran amantes, con la intención de despertar los celos del bandido.

El plan del inspector Chávez, aparentemente estaba resultando como esperaba, así que dispuso de un piquete de gendarmes para hacer guardia en la casa del amor del “Tigre de Santa Julia” para detenerlo en cuanto se hiciera presente.

Y aparentemente así había ocurrido, ya que desde que se esparció el rumor de los amoríos de Guadalupe con el capitán Chávez, José de Jesús comenzó a visitar con mayor frecuencia a su novia, quería comprobar si era cierto y de ser así, acabar con quienes lo engañaban.

Pero aun así, José de Jesús era desconfiado, precavido e inclusive taimado y mientras los gendarmes estuvieron vigilando la casa de Guadalupe, no se acercó para nada por lo que el capitán Chávez decidió que fuera retirada la vigilancia.

El 28 de mayo de 1906,​ el capitán Chávez recibió el “pitazo” de que “El Tigre” se encontraba en la casa de su amante. Se trataba de una fiesta en la que lo festejaban y agradecían la ayuda que daba a los lugareños.

El comelitón era en grande: carnitas, guajolote en mole, gordas y toda clase de fritangas, acompañadas de cerveza y barriles y barriles de pulque, blanco y curado, de jitomate, piñón y apio, que era el que más le gustaba al “Tigre”.

Los efectos del atracón no tardaron.

De improviso José de Jesús se vio obligado a levantarse de la mesa para casi echarse a correr a la parte trasera del caserón.

Cruzó una pequeña milpa y se fue hasta atrás de una nopalera.

De manera simultánea, el capitán Chávez junto con 12 de sus gendarmes, así como los oficiales Ladislao Barajas y Manuel Mayen llegaron a la finca y comenzaron la búsqueda del famoso bandido.

En cuestión de minutos, la casa fue invadida por los policías que revisaron todos los rincones: debajo de la cama, en los roperos, en la cocina, pero nada, del “Tigre” que se había esfumado como si fuera un fantasma, pero los guardias no lo habían visto salir.

Por algunos minutos más siguieron buscando y cuando ya se disponían a retirarse sin haberlo localizado, el oficial Ladislao se dirigió hacia la milpa y al llegar a la nopalera, descubrió a José de Jesús, en cuclillas.

Estaba defecando, para lo cual se había despojado de su pistola, la colt calibre 44, una canana con 100 cartuchos y una enorme daga, de los que no pudo echar mano para defenderse y evitar su captura, por la difícil postura en que se encontraba.

Los policías lo rodearon y una vez que se subió los pantalones, pidió que no le amarraran las manos. En medio de sus captores, fue conducido primero a la Comisaría y después a la cárcel de Belén.

La manera cómo fue capturado José de Jesús, dio origen al dicho popular: “lo agarraron como al Tigre de Santa Julia”, que se aplica de forma general a aquellos que son capturados cuando están realizando sus necesidades fisiológicas.

Por espacio de tres años, la defensa de su abogado Justo San Pedro, evitó que fuera ejecutado, ya que se había solicitado la pena de muerte en cinco ocasiones, hasta que el 21 de diciembre de 1910, fue fusilado, a los 37 años de edad.

Ya con ésta me despido,

llevándome mi tertulia,

aquí se acaba el corrido

del Tigre de Santa Julia

Apuñalado en Lecumberri

Otra de las versiones que coincide en buena parte con la anterior, pero que difiere de la manera como José de Jesús perdió la vida, es la siguiente:

A José de Jesús lo describían como un individuo de 1.85 metros, de complexión atlética y sumamente violento con quienes con coincidían con su punto de vista, sobre todo ante lo que considerara una injusticia.

“El Tigre”, con una percepción muy personal acerca de la justicia, armado con descomunal puñal, siempre dejaba claras huellas de su autoría, como si fuera su firma.

Su peligrosidad era tal que a pesar de que muchas veces estuvieron a punto de atraparlo, casi siempre salió avante gracias a su enorme cuchillo y a su indiscutible bravura, además de que contaba con la ayuda de la gente que siempre le avisaba cuando la policía le pisaba los talones.

Pero no hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague, reza el refrán y así ocurrió con Jesús Negrete, quien fue atrapado en circunstancias por demás peculiares, lo que dio origen al dicho popular: “Lo agarraron como al Tigre de Santa Julia”.

José de Jesús vivía a salto de mata, sin confiar en nada ni en nadie, pero como todo ser humano, tenía necesidad de realizar sus necesidades fisiológicas y resulta que cuando tuvo que ir a una de sus apremiantes urgencias, para lo cual se adentró en uno de los llanos del barrio de Santa Julia, fue sorprendido justo en esos momentos por sus perseguidores, que no le dieron oportunidad de defenderse y menos escapar.

La incómoda posición en que lo agarraron, no le dio oportunidad de movimiento alguno y, pese a su peligrosidad, el temible matón, con sus más de 100 kilos de peso fue llevado al Palacio de Lecumberri.

En ese sitio, siguió siendo respetado por la población penitenciaria y en poco tiempo alcanzó el cargo de “mayor de crujía”.

Una anécdota cuenta que un reo, un anciano de nombre Raymundo, confinado en otra celda, no tuvo para pagarle la “protección” al mayor de ese lugar por lo que fue víctima de tremenda golpiza a manos del comando y de celadores.

Don Jesús se enteró y puñal en mano fue a retar al mayor de la otra crujía, de apellido García, pero como éste estaba enterado de cómo se las gastaba “El Tigre” de plano no aceptó el duelo a cuchilladas y trató de esconderse en la misma celda, hasta donde llegó Negrete y le dio tal golpiza al mayor y al comando que tuvieron que ser hospitalizados.   

Ello le valió aún más respeto por los demás presidiarios y por casi un año todo transcurrió con normalidad, hasta que la noche del 22 de diciembre de 1910, fue sorprendido en su celda por un reo llamado Jacinto, quien a traición lo apuñaló cuando dormía.

Sin embargo su crimen lo pagaría casi enseguida, pues los demás presos al ver lo que había ocurrido, prácticamente lo cosieron a puñaladas y después siguieron con el mayor García, ya que se supo que en venganza por haberlo golpeado, había ordenado a Jacinto que lo matara.

Fue sepultado en el panteón de Dolores, pero el 28 de marzo de 1931 sus restos fueron exhumados y su cráneo fue a dar a la bodega del referido cementerio, donde por años estuvo en una caja de zapatos.

Luego fue rescatado por el famoso criminólogo Alfonso Quiroz Cuarón, quien tras estudiarlo, decidió que serviría para la decoración de su oficina.

Actualmente, a 144 años del nacimiento del “Tigre de Santa Julia”, su cráneo está guardado en una pequeña caja de cristal que se exhibe en el Centro Cultural Isidro Fabela, en el barrio de San Ángel, en la Delegación Álvaro Obregón.

Su fama, aunque negativa, le mereció un corrido el cual fue publicado por la imprenta de Antonio Vanegas Arroyo y fue motivo, además, de que el famoso grabador, escritor y caricaturista José Guadalupe Posada lo inmortalizara en uno de sus grabados que tituló: “El Sensacionalísimo Jurado del Tigre de Santa Julia”.

Sobre el tristemente célebre personaje, se han escrito algunos libros que narran su historia, entre ellos los de Carlos Isla y el de Melina S. Bautista, haciendo del personaje una leyenda equiparable a la de Chucho “el Roto” y se han hecho además dos películas en las que se dio más cabida a la ficción que a la realidad.