• Desde los 23 años, “El Azul” ocupó un lugar preponderante en el mundo del narcotráfico en el que, al menos durante cinco lustros, se convirtió en el consejero y conciliador de las diferentes organizaciones criminales del país.

Autor: José Sánchez López/

En estas historias hay otros casos de capos que han sido considerados históricos por las autoridades mexicanas, entre ellas destaca el caso de Juan José Esparragoza Moreno, El Azul, también llamado el consiglieri de los capos.

El caso de Juan José Esparragoza Moreno, apodado “El Azul” por el color de su piel, no morena, sino de un negro “azulado”, merece un capítulo aparte, pues a diferencia de los arriba citados, supo por varias décadas moverse en penumbras, siendo discreto hasta para morir, pues pese a que la familia lo ha dado por muerto, ninguna autoridad lo ha confirmado.

Juan José Esparragoza Moreno, alias “El Azul”, nacido el 3 de febrero de 1949, que permaneció 42 años activo en el narcotráfico como jefe, merced a su bajo perfil, presuntamente está muerto, pero sólo es una especulación pues la PGR sigue ofreciendo 30 millones de pesos y la DEA 5 millones de dólares por su captura.

Esparragoza Moreno, contemporáneo de grandes barones de la droga como Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera, Pedro Avilés, Rafael Caro Quintero, Amado Carrillo Fuentes, entre otros, habría muerto la tarde del viernes 6 de junio de 2014, a la edad de 65 años, víctima de un infarto.

Una versión señaló que el deceso acaeció en un hospital privado de Guadalajara, Jalisco, mientras que otra indicó que tuvo lugar en uno de los mejores hospitales de la Ciudad de México; ninguna de las dos fue confirmada.   

Según la hipótesis que difundió en su momento el portal sinaloense “Río Doce”, “El Azul” convalecía de un accidente automovilístico ocurrido a fines de mayo, que le ocasionó graves lesiones en la columna vertebral.

El supuesto, señalaba que Esparragoza Moreno trató de incorporarse de la cama hospitalaria y por el esfuerzo realizado, le sobrevino el infarto que le causó la muerte.

Sin que tampoco fuera confirmado, se dice que un día después (el sábado 7), fue cremado y sus cenizas entregadas a sus familiares que se las llevaron a su natal Badiraguato, Sinaloa.

Hasta la fecha, la información se ha mantenido en total hermetismo y ni la PGR, con Jesús Murillo Karam, después con Arely Gómez González, luego con Raúl Cervantes Andrade y ahora con Alberto Elías Beltrán, ni tampoco el todavía secretario de Gobernación, Miguel Angel Osorio Chong, confirmaron o desmintieron tal rumor, aunque dijeron, en su momento, que se estaba investigando.

“El Azul”, originario de la localidad de Huixiopa, municipio de Badiraguato, Sinaloa, desde los 23 años ocupó un lugar preponderante en el mundo del narcotráfico en el que, al menos durante cinco lustros, se convirtió en el consejero y conciliador de las diferentes organizaciones criminales del país.

El gobierno de los Estados Unidos, hasta la fecha, ofrece una recompensa de cinco millones de dólares y la PGR 30 millones de pesos, por su captura, un total de 135 millones de pesos, lo que indica que ambos gobiernos consideran que está vivo.

A principios del año 2014, los Estados Unidos lo sacaron de su ostracismo al boletinar decenas de empresas y presuntos cómplices que lavaban millones de dólares del Cártel de Sinaloa, organización de la que se convirtió en líder, junto con Ismael “El Mayo” Zambada García, tras la captura del “Chapo” Guzmán.

Los mismos capos, consideraban a Esparragoza Moreno como el mejor negociador entre cárteles, de tal suerte que era llamado, al estilo de la mafia siciliana, “El consiglieri de los consiglieri”.

Fue capaz de sentar a negociar a los líderes de los cárteles de Juárez, Sinaloa, Golfo y a otras organizaciones, excepto al Cártel de Tijuana, ya que los hermanos Arellano Félix jamás aceptaron llegar a algún acuerdo con sus enemigos. 

En diversas ocasiones burló la acción de la justicia y escapó lo mismo de manos de militares, marinos, federales, estatales y municipales, gracias a su equipo de seguridad que se anticipaba a los operativos implementados en su contra.

Uno de tantos fallidos operativos, se realizó en las inmediaciones de Plaza Antares, entre avenida Acueducto y Patria, en pleno centro de Guadalajara, pero al frustrarse dio pie a que corrieran diferentes versiones, entre ellas la de que ambos narcotraficantes, “El Azul” y Nemesio Oseguera Cervantes, “El Mencho” habrían muerto; lo cierto es que ambos fueron alertados a tiempo y a la hora de la balacera ya no estaban en el lugar.

Con esa escapatoria sumaron tres intentonas –de 2010 a la fecha en que Juan José escapó por diferencia de horas o quizá de minutos, gracias a su red de guardaespaldas y escoltas que le informaban a tiempo.

La explicación de que Esparragoza Moreno hubiera permanecido casi tres décadas como uno de los más importantes barones de la droga y desplegado una actividad de 42 años en el mundo del narcotráfico, sin que fuera reconocido, fue por su bajo perfil, señalan expertos en la materia.

A diferencia del clásico capo de las drogas, presuntuoso y ávido de fama, Esparragoza siempre fue (¿o es?) discreto, amable, nada ostentoso, culto y excelente conversador; de buen gusto para vestir, no al estilo del narco de antaño, con botas, chalecos de pieles exóticas cinturones piteados, joyas, cadenas, relojes, escuadra al cinto y el “cuerno de chivo” al hombro, dueños de mansiones y palacetes, sino austero y discreto.

La primera exigencia a sus hombres cercanos, era no llamar la atención, bajo ningún motivo; tanto él como el personal a su servicio tenían que pasar desapercibidos y quien no respetara esas reglas pagaba las consecuencias a veces hasta con su vida.

Un anécdota que pinta de cuerpo entero a Juan José, ocurrió a principios de 1995 cuando se encontraba en uno de los reservados de un exclusivo restaurante en la zona de Polanco, en la Ciudad de México.

Se disponía a comer. Sus escoltas se hallaban distribuidos estratégicamente en varias mesas alrededor de su jefe y otros de sus hombres en diferentes puntos del establecimiento, incluso en el exterior para cubrir cualquier eventualidad.

De pronto, uno de ellos corrió a avisar a su jefe que estaba por llegar gente de la PGR, por lo que “El Azul” se levantó y salió apresuradamente. En su precipitada carrera no se fijó en un hombre que esperaba le asignaran una mesa y trompicó con él de manera accidental.

Detuvo su marcha y se excusó: “Por favor, discúlpeme”, le dijo a aquel comensal, elegantemente vestido, que esperaba de pie en el vestíbulo.

—No se preocupe, no hay cuidado, dijo el recién llegado, a lo que Juan José le dijo “buen provecho”, respondido por un “gracias” del recién llegado y siguió caminando con tranquilidad.

El personaje que esperaba su turno, era nada más ni nada menos que Fernando Antonio Lozano García, recién designado procurador general de la República (PGR), pero como ninguno de los dos se conocía cada quien continuó por su camino.

Cuando estaba por iniciar el operativo, uno de los guardaespaldas del procurador Lozano le informó que se disponían a capturar a Esparragoza Moreno, que comía en el lugar.

-¿Cómo es? preguntó el procurador.

Al describirle a un hombre alto, fuerte, moreno, de tez casi cobriza y pelo quebrado, entrecano, supo que se había topado de frente con el escurridizo capo, quien todavía tuvo tiempo de ofrecerle disculpas y desearle bon appetit.

A “Don Juan”, como le llamaban sus colaboradores, no le gustaba la fama e incluso no permitió que le hicieran corridos, a diferencia de la mayoría de capos que hasta pagan para que se los escriban.

La orden de pasar desapercibidos era tajante. Su lema era: “No hay que dejarse ver, sino hacerse sentir”.

“El Azul”, un año más viejo que “El Mayo” Zambada y nueve más que “El Chapo”, ha sido uno de los pocos sobrevivientes durante décadas de una generación de capos que hoy están muertos o presos, como Miguel Ángel Félix Gallardo, “El Jefe de Jefes”; Rafael Caro Quintero, prófugo; Albino Quintero Meraz, Ernesto, “Don Neto” Fonseca Carrillo, en prisión domiciliaria; Emilio Quintero Payán, Manuel Salcido Unzueta, “El Cochiloco”, ejecutado con más de 250 tiros; el “desaparecido” Amado Carrillo Fuentes y el también asesinado, Pablo Acosta Villarreal, alias “El Pablote” o “El Zorro de Ojinaga”.

La generación de narcos que precedió a la anterior, también fue asesorada por Esparragoza Moreno, entre los que destacan Vicente Carrillo Fuentes, “El Viceroy” y “El Mayo” Zambada, el primero también detenido en este sexenio y el segundo fugitivo y operando.

El desaparecido José Luis Santiago Vasconcelos, cuando era subprocurador en Delincuencia Organizada, dijo de “El Azul”: “Es un gran negociador, quizá el más fino estratega que ha tenido el narcotráfico en México, el único que ha podido sentar a la mesa de negociaciones a casi todos los capos, sabe, como pocos, estar siempre en segundas posiciones, pues su experiencia le ha dictado que sacar la cabeza significa la muerte o la cárcel”.

Según una carta fechada en octubre de 2004 y que fue enviada a la Presidencia de la República, varios capos se reunieron un mes antes en Monterrey, Nuevo León, para discutir la forma en que podrían constituirse como un grupo hegemónico para manejar el narcotráfico en México.

En ese encuentro, Esparragoza Moreno pudo sentar a la mesa de negociaciones a Ismael Zambada García, Amado Carrillo Fuentes, Joaquín Guzmán Loera, Juan García Ábrego y a Marcos Arturo Beltrán Leyva, entre otros narcotraficantes de importancia.

El ex agente de la Policía Judicial Federal, estrechó lazos con “El Chapo” Guzmán, al casarse con la cuñada de éste, Gloria Monzón y fue compadre de Amado Carrillo Fuentes al apadrinar a Juan Manuel, uno de los hijos del desaparecido “Señor de los Cielos”. También entabló relación de compadrazgo con “El Mayo” al ser padrino de bautizó de uno de sus hijos.

Esa “alianza de sangre” siguió cuando el ahora detenido, Juan José Esparragoza Monzón, se casó con una hermana de los hermanos Beltrán Leyva y se fortaleció aún más cuando Patricia Guzmán Núñez, “La Patrona”,  sobrina del “Chapo”, fue pareja de Alfredo Beltrán Leyva, alias “El Mochomo”, actualmente preso.

El 12 de junio de 2013, “El Azul” acudió a una fiesta de XV años en el estado de Colima, en el exclusivo Fraccionamiento Residencial Victoria. Al término del vals de la Quinceañera, Esparragoza Moreno fue informado de un posible operativo en su contra y antes de la medianoche abandonó el lugar.

Dos horas después, cientos de federales, militares y marinos, a bordo de unidades terrestres y helicópteros Black Hawk, llegaron al lugar en su “operativo sorpresa”, más los sorprendidos fueron ellos porque “El Azul” nuevamente  se les había escapado de las manos.

Ha estado preso en tres ocasiones por delitos contra la salud; dos veces fue absuelto, pero en el tercer proceso tuvo que purgar, “de punta a cola”, dicen en el argot carcelario, una pena de siete años de cárcel. Salió libre en 1992 del penal de Almoloya, ahora llamado de El Altiplano y enseguida se reincorporó a sus actividades.

Pero antes, fue compañero de presidio con Amado Carrillo Fuentes, en el Reclusorio Sur de la Ciudad de México, cuando todavía no se ganaba el mote de “El Señor de los Cielos”; de esa cárcel fue enviado a la Penitenciaría de Santa Martha Acatitla, en Iztapalapa.

Ahí, como en el Reclusorio Sur se convirtió también en amo absoluto. Los mismos directivos al referirse a él, decían: “El Señor”. La propina para el custodio que le abriera la reja para pasar de un lado a otro, era de 50 dólares, cifra que lógicamente aumentaba considerablemente si el servicio lo hacía algún funcionario, incluido hasta el mismo director.

Investigadores antidrogas de la PGR, dicen que “El Azul” pudo sobrevivir tantos años en el narcotráfico por su habilidad y su excelente conversación.

Le gustaba beber y sabía hacerlo, acostumbraba arreglar sus diferencias con dinero y favores, no con balas, no mataba por matar, sólo cuando lo atacaban, por eso entre los narcos lo respetaban.

Al salir compurgado del penal de Almoloya, se perdió durante algún tiempo, pero nuevamente volvió a las andadas y se dejó ver en varias entidades de la República, aunque en 2003 escogió el estado de Morelos para residir de manera permanente, gracias al amparo del gobierno panista que encabezaba el gobernador Sergio Estrada Cajigal.

En dicho entidad su poder no tuvo límites, no compraba jefes policíacos, sino a toda la corporación que utilizaba para su uso personal y la protección de sus socios y familiares. Los jefes de la Policía Ministerial, Agustín Montiel y Raúl Cortez, lo protegían de manera personal para que pudiera utilizar el aeropuerto de Cuernavaca y bajar aviones con cocaína procedentes de Colombia, que era transportada en vehículos policíacos.

Pese a la caballerosidad y gentileza que caracterizaba a Esparragoza Moreno, también se le consideraba un hombre extremadamente rencoroso, cruel y vengativo, que no perdonaba nunca y menos una traición y para cobrar venganza no le importaba esperar años.

A mediados de 1986, Esparragoza Moreno fue detenido en el Cerro de las Campanas, Querétaro, en una casa de seguridad. El operativo de la Policía Judicial Federal lo encabezaron Florentino Ventura Ventura y Guillermo Robles Liceaga.

También participó el “Yankee” (jefe de plaza) Isaac Sánchez Pérez y los comandantes Eduardo Yanas, Héctor Correa Zetina y Juan Carlos Ventura Mousong (hijo de Florentino), así como el comandante Rubén Castillo Conde, jefe de plaza en Querétaro y Guillermo González Calderoni, entonces jefe regional en Monterrey, Nuevo León, cuyas labores de inteligencia contribuyeron a detener al poderoso capo.

Dicen que fue capturado junto con su esposa, Ofelia Monzón y su hijo, quienes fueron objeto de maltrato por parte del mismo Florentino Ventura y de Robles Liceaga, lo que provocó el coraje de “El Azul” que les advirtió: “Ya me tienen a mí, con mi familia no se metan…Yo soy el de la bronca, eso no es de hombres”.

La reacción de Florentino Ventura fue feroz y tras abofetearlo, arremetió contra su hijo, Esparragoza Monzón, al que también tenía esposado y lo  sometió a diferentes torturas.

Impotente, la señora fue obligada a ver cómo golpeaban y torturaban a su marido y a su hijo, al tiempo que los federales lo festejaban con burlas y carcajadas.

Esas humillaciones jamás fueron olvidadas y menos perdonadas por “El Azul”, que esperó años y años para cobrarse la afrenta. Sus acciones se dieron paulatinamente, pero todos los que participaron en su captura fueron asesinados.

Florentino Ventura, apodado “El Tigre” por su ferocidad en el desempeño de su trabajo, se “suicidó” en 1988, frente a Perisur, en la Ciudad de México, luego de matar a su pareja; los que conocieron al jefe policiaco nunca aceptaron que hubiera decidido quitarse la vida, dado su carácter y el poder que tenía, se decía que era el único policía con derecho “para matar”.

Años más tarde, el 19 de julio de 1996, Isaac Sánchez Pérez sería acribillado frente a su domicilio, en la avenida Puente de Alvarado, en el Distrito Federal; después seguiría Guillermo Robles Liceaga, el uno de mayo del 2002, que ya laboraba en la Secretaría de Seguridad Pública del DF y dos meses después, el 30 de mayo, Ventura Mousong, que ya era mando de supervisión de asesores de la Agencia Federal de Investigaciones (AFI). Fue ejecutado cuando se dirigía a su casa, en el sur del DF.

El aún comandante federal, Rubén Castillo Conde, fue asesinado el 23 de enero de 2003, cuando se disponía a regresar de Ciudad Juárez a la Ciudad de México y el ex poderoso comandante antinarcóticos de la PGR, Guillermo González Calderoni, que se exilió en los Estados Unidos tras múltiples acusaciones por corrupto, fue “cazado” 15 días más tarde, el 6 de febrero, en Mc Callen, Texas, por un asesino profesional que lo mató de un tiro en la cabeza.

Para experimentados jefes policíacos, Esparragoza Moreno fue el autor intelectual de todas esas ejecuciones, aunque algunos calificaron los hechos como “coincidencias”, lo cierto es que todos los jefes que de una u otra forma tomaron parte en su captura acabaron muertos.

Se habló de su muerte por un infarto, pero nunca se vio el cadáver, se cremó, según sus familiares, pero no se sabe dónde quedaron sus cenizas y dadas las frecuentes equivocaciones de las autoridades antidrogas en otros casos, hay escepticismo en aceptar tal versión y no se descarta que “su muerte” haya sido una más de sus estratagemas para seguir operando, ya no desde un segundo plano, sino “desde ultratumba”.

Ahora, con la detención de su primogénito, quizá, de estar vivo, se vea obligado a actuar, pero a su estilo, a tras mano, siempre sin dejarse ver, pero sí hacerse sentir.