Por: Carolina Carrasco y Melisa Carrillo Rojas 

“Creo que no son tiempos de guardar silencio, son tiempos de gritar, y si no lo hacemos nosotros, nadie lo va hacer”

El narcotráfico ha sido el peor verdugo que ha tenido México en lo que va del siglo. Un ejecutor que pareciera omnipotente y que, en su infinita hambre de poder ha arrasado con regiones y vidas.

El periodista, en estas regiones donde no hay más ley que la de los narcotraficantes y sus sicarios, se encuentra en una zanja que sitúa a la prensa entre el crimen y la denuncia, y debe discernir entre contar lo que pasa, jugándose la vida y la de los suyos, no decir nada, o lo que a los delincuentes convenga, afirmó en entrevista con Mugs Noticias, Javier Valdez, poco tiempo después de que saliera a la luz su último libro “Narcoperiodismo”.

El corresponsal de La Jornada en Sinaloa, y autor de diversos textos en los cuales reveló los efectos y el impacto que tienen los grupos de narcotraficantes para los habitantes de México, fue asesinado el día de hoy alrededor del medio día cuando transitaba por las calles del Centro de Culiacán.

Para el autor de textos como Los Morros del Narco o Con una granada en la boca, ejercer el periodismo en las regiones controladas por los delincuentes significaba vivir con miedo, sobrevivir acatando, cuadrándose, no entrometiéndose. Vivir desconfiando incluso de tu sombra y morderte la lengua para no hablar de más, cuando el oficio de un periodista consiste en contarlo todo.

Javier Valdez, fundador del semanario Ríodoce y ganador de múltiples premios por su labor periodística, decidió honrar en su último libro, a todos los comunicadores que han tenido que dimitir o entregar la pluma, por convicción u obligación en el ejercicio del periodismo en tiempos del narcotráfico.

En entrevista para Mugs Noticias, Javier relató las motivaciones que lo llevaron a escribir el libro, así como los retos a los que se enfrenta la prensa actual, ante el control que el narcotráfico ha ejercido en gran parte del país.

¿Cómo es la experiencia de cubrir  el narcotráfico en estos días?

Hacer periodismo en estos días es una mezcla bien cabrona de locura, imprudencia, inteligencia y mesura. No basta con ser valiente, eso te puede llevar a la muerte ahora, es mejor andarse muy despacio y conocer la coyuntura de ese momento, para poder reportear de verdad.

 ¿Cómo definiría a un narcoperiodista?

Es una persona que realiza su trabajo en un ambiente de asechanza del narcotráfico. Un ambiente en el que se percibe que si el reportero se pasa de la línea, o comete alguna imprudencia, puede ser amenazado, desaparecido, torturado o asesinado.

Y esto por supuesto incluye a un gobierno ausente, o bien que está coludido, sobre todo supeditado al narcotráfico. Y entonces el que manda es el narco, y el reportero tiene que jugársela en ese ambiente en el que existen muchos filos y una amenaza, en ocasiones no dicha, que se percibe y se siente, pero que tienes que respirar, vender, detectar y tratar de sortear.

 ¿Qué es lo más complicado que le ha tocado enfrentar al cubrir el narcotráfico?

Me duelen mucho las historias de los niños. No solo las de los que viven en ese ambiente del narco, si no las de los niños víctimas. En Huérfanos del narco me pareció muy difícil bajarme a la altura de ellos. Bajarme es un decir entre comillas por mi estatura, que más bien fue subirme, porque ellos son grandes. Todos ellos son hijos de desaparecidos o de asesinados que extrañan a sus papás, y tú sabes que no van a regresar pero no se los dices. Y en ese ambiente un morrito te dice: “yo espero que mi papá regrese, y que entre por esa puerta por la que lo vi salir la última vez”. Y eso te quiebra.

Soy un periodista que, bien o mal, me subo muy pronto al ferrocarril de la tragedia. Me monto en ese esa bestia apocalíptica y hago mía la historia triste, porque ponerme en sus zapatos y sentirla me ayuda a contarla.

Entonces imagínate a un morrito que no duerme, que llora mucho, que va a terapia, que sueña con su papá y que lo espera. Es muy triste. Te parte por dentro y te parte la madre. Yo creo que es lo más complicado, porque ellos son grandes y mueven esperanzas, y yo cuento historias en las que hay esperanza siempre, pero es una esperanza fracturada, sin brillo, opaca y en medio de nubarrones.

En tu nuevo libro mencionas las zonas que están bajo el control del narco, en las que pareciera que los periodistas solo tienen dos opciones, callar o trabajar en beneficio de ellos, ¿es cierto qué sólo tienen estas opciones o hay un punto intermedio?

Es muy difícil, creo que la gente que tuvo otra opción, escogió una que ahora ya no existe; irse de ahí y trabajar en un medio fuera de Tamaulipas. Esta gente ya no puede regresar, porque sus familiares y amigos están amenazados de que si vuelven siendo periodistas, los van a matar a todos. El que está ahí ahora ya no puede salirse, es muy difícil.

Por otro lado, publicar lo que ellos quieren, explicar pendejadas y mentiras como una realidad que no existe también es guardar silencio. Por eso yo creo que el de Tamaulipas es el periodismo de la nada y  de la oquedad; un periodismo baldío y del estado de coma, en parálisis y cuadripléjico. Entonces, ¿qué  otra opción puede haber si escribes algo? Es decir, tú puedes pensar, es que ya no logro callar, pero escribir algo que tampoco existe también es callar.

 

Tomando en cuenta que los narcos controlan lo que se publica y lo que no en esas zonas ¿qué pueden hacer los periodistas ante esa forma totalizadora de censura?

Si yo estuviera en Tamaulipas trataría de moverme un poco y buscar espacios, intersticios o ventanas entreabiertas para escaparme a ratos, salirme un poco de ese esquema de control y contar esas historias, pero no rendirme.

Hay que resistir, si de diez notas fuertes puedes publicar una o parte de una historia, no importa. No hay que dejar la trinchera, y hay que jugar el juego macabro pero no rendirse. Si se tienen que posponer los sueños hay que hacerlo, pero no cancelarlos.

¿Por qué no rendirse? ¿Cuál es la razón por la que los periodistas no deben rendirse ante esto?

Porque son tiempos oscuros en los que el periodismo tiene un papel muy importante. Las buenas historias; las bien trabajadas y contadas, son como relámpagos en la oscuridad.

Esa es la tarea que nos toca a los periodistas, porque en ésta sociedad, a pesar de mi pesimismo, y el de muchos, hay salidas y existe un futuro, porque hay niños y niñas a los que les gusta estudiar y que corrigen al secretario de educación.

No son tiempos de callarse, de arrinconarse o de encerrarse a esperar la noche, al contrario. Yo critico mucho a la pasividad de la sociedad mexicana y también la de los periodistas que aíslan a compañeros que denuncian, protestan, hacen trabajos de investigación fuertes sobre la corrupción, los malos tratos, la arbitrariedad, la trata de personas y la complicidad con los criminales. Creo que con la apatía los periodistas contribuimos a la marginación y desolación de esos reporteros críticos, los estamos condenando a morir violentamente. No son tiempos de guardar silencio, son tiempos de gritar, y si no lo hacemos nosotros nadie lo va hacer.

El silencio es complicidad y muerte, y yo no estoy muerto ni soy cómplice.

 

EL INFORMADOR / ARCHIVO

¿Crees que las leyes actuales son suficientes para proteger a los periodistas?

Son buenos intentos en ocasiones, lo que nos falta es gobierno, porque tenemos una constitución y leyes bastante buenas, pero la autoridad que existe está subordinada a los criminales. Y además, como decía Federico Campbell, el estado no está.

¿Qué papel cree que tiene la sociedad ante el constante hostigamiento que sufren los periodistas en nuestro país?

Yo sostengo que al buen periodismo que se hace en México, que no es poco ni mucho, le hace falta ciudadanía. No hay quién lo acompañe. Por eso nos asesinan, nos desaparecen, amenazan y nos exilian o andamos buscando asilo político en otros países.

Veo textos fuertes en medios como La Jornada o Proceso, pero cuando volteas a los lados te das cuenta de que no hay nadie.  Nadie replicó ese texto, nadie hizo eco, ni lo retomó de una manera en la que trascendiera y no se quedara en las páginas del medio que lo publicó.

Las luchas escasas en el país como la de los cuarenta y tres, están fragmentadas, cada quién está por su lado. Y esto contribuye al ambiente de desolación.

Pareciera que los periodistas estamos desnudos en medio de un páramo, con el dibujo del tiro al blanco, esperando a que nos maten, porque no hay gente cobijando este periodismo, es la verdad. Los empresarios que podrían apoyar proyectos como el nuestro, son collones, con miedosos. Si metes publicidad no quieren que factures en nombre de ellos para que no los vinculen con nosotros, porque Río Doce es un medio crítico y valiente.

No hay ciudadanía, no ha sociedad, estamos huérfanos y acudiendo a nuestro propio suicidio.

 

¿Qué significó para ti escribir el libro? Porque creo que fue como una catarsis del medio ¿para ti que fue juntar todas estas historias y publicarlas en este libro?

Siento que me puse en una plancha de esas de semejo y me hice una autopsia en vida. Me revisé tratando de personificar lo que vivo y lo que le ocurre al periodismo para plasmarlo en el libro. Fue como abrirme, y se sufre mucho porque te decepcionas.

Te miras frente al espejo y ves tu corazón podrido y destrozado, y piensas: eso es lo que somos, ese es el periodismo que tenemos. No es un ejercicio fácil autocriticarse.

Fotografía tomada de su cuenta de twitter (@jvrvaldez)

Traté de trasladar problemas médicos al periodismo, y aparecieron como enfermedades la corrupción, la mediocridad, el narcotráfico, y la realización de negocios más que de periodismo.

Creo que lo hice por mí, por mi afición y lo que me apasiona, y por mis momentos de entrega loca y total. Me costó mucho trabajo porque ya no era un asunto de otro, era yo. Era ver de nuevo mis frustraciones, pesadillas, sueños y dolores en otros reporteros.

También representó un diagnóstico periodístico, y si algo hace falta ahora es un ejercicio crítico, porque es lo que menos hacemos. No veo foros ni mesas redondas sobre la relación entre los medios y el narco, o la cobertura de los medios en el proceso electoral, la relación entre los medios y los negocios, el lavado de dinero o el reto de la humanización de las coberturas. No hay discusión, debate, ni recepción.

Estamos trabajando en automático, sin repensar; y si no repensamos el periodismo no lo podemos re empezar. Ojalá que mi libro pueda servir para esto, y sea un punto de partida para la revisión y de análisis autocrítico sobre lo que tenemos en el país.