Autor Arnulfo Roque Huerta
El reloj marcó la hora de salida por ello los chicos emprendieron el camino a sus respectivos hogares, lo mismo me dispuse a hacer yo cuando en la puerta me abordó la mamá de Joaquín y él por supuesto acompañándola; después de un respetuoso saludo fue directa y me preguntó por el desempeño académico de su hijo, por lo que me vi obligado a responder con honestidad pues el chico no era de lo más brillante, pero no tuve tiempo de decir mucho pues sin más de la boca de aquella mamá comenzaron a salir insultos, reproches y humillaciones hacia el chico, que solo la miraba con asombro y miedo.

Yo guardé silencio y me aparté de aquella vergonzosa situación.

Comprendí entonces porqué Joaquín tenía tantos problemas al querer destacar en clase, pues él creía que no era capaz de sobresalir ante el grupo, cuando aun teniendo las respuestas correctas prefería callar y dejar que alguien más respondiera.

Yo me había dado cuenta de su inteligencia pero también pensaba que era flojo y por ello sus calificaciones resultaban mediocres, más después de aquella vergonzosa situación me di a la tarea de saber qué le pasaba y el resultado fue muy interesante.

Me percaté que siempre realizaba todas las actividades pero nunca estaba seguro de haber entendido bien, por tanto prefería no entregarlas, supe que hablaba poco pues tenía de miedo de decir alguna tontería y ser el blanco de burlas que de cualquier modo llegaban, Joaquín creía que era el peor alumno no solo del grupo sino del colegio, sabia que debía ir al colegio pero sus aspiraciones a concluir una carrera profesional eran nulas; no se sentía capaz de lograr nada que se propusiera, pues teniendo todas las habilidades y la capacidad le habían hecho creer que era un perdedor.

Esta triste situación de Joaquín y la mentalidad que tenía no venía de ningún otro lado sino desde el lugar donde en teoría debía sentirse más seguro, de las personas que debían encargarse de alentarlo y hacerle saber lo valioso que es, su baja autoestima la adquirió en su propia casa, en su propia familia quienes se empeñaban cada día por hacerlo sentir como un tonto y aunque le proporcionaban lo necesario para vivir nunca le obsequiaban un “bien hecho” o “nos sentimos orgullosos de ti”, solo escuchó insultos y adjetivos despectivos, el chico no vivía, solo “sobrevivía”.

Y es que a veces los padres no nos damos cuenta que una palabra puede herir profundamente a nuestros hijos; debemos entender que somos los encargados de hacerles ver lo valiosos que son, demostrarles que las cosas no son sencillas pero con esfuerzo, empeño y dedicación se pueden conseguir, que el camino es largo pero siempre contarán con nosotros para recorrerlo, somos las únicas personas a las que ellos pueden recurrir en los malos días, quienes podremos limpiar sus lágrimas en el justo momento y quienes siempre tendrán la palabra precisa en el tiempo indicado.

Esto me hizo recordar la conmovedora imagen del atleta británico Derek Redmond quien era considerado favorito para ganar los 400 metros planos en los juegos olímpicos de Barcelona 92, pero una lesión en el talón de Aquiles impidió que fuera protagonista de la justa deportiva, dejando ese privilegio a su padre que al ver a su hijo en tan dolorosa situación saltó a la pista para alentarlo y ayudarlo a terminar la carrera; al llegar a la meta el padre comentó: “Empezamos juntos su carrera y creo que debíamos acabarla juntos”.

Padres, hemos empezado juntos la carrera de nuestros hijos, los deseamos, disfrutamos su llegada a nuestras vidas, nos emocionaron sus primeras palabras y primeros pasos, los hemos visto crecer, curamos sus rodillas raspadas, sus sonrisas nos deleitan, no podemos permitirnos perderlos; el fracaso los reclama sin tener ningún derecho sobre ellos, la intolerancia desea consumirlos y la derrota los espera con ansias, no se los entreguemos pues nos pertenecen pues nos fueron dados a nosotros específicamente, fuimos bendecidos al recibirlos como hijos, no perdamos esa bendición.

Habrá un día que deban continuar la carrera solos, pero por lo pronto avancemos juntos, hablemos bien de ellos, trabajemos en su autoestima, nuestras palabras les importan mucho, una palabra nuestra los puede llevar al éxito o sumirlos en la derrota.
Recuerden que nuestros problemas no son de ellos pues nos ven como la solución de los suyos, que ellos no son el blanco de nuestras frustraciones sino nosotros el desahogo de las suyas, que nuestros malos días no pueden ser peores para ellos, pero sobre todo que su vida y futuro están en nuestras manos, ¡Está en nosotros el PODER para hacer de ellos personas exitosas!