Por: Vicente Flores Hernández

Llegar al Zócalo de la Ciudad de México, que podría significar una acción más o menos sencilla en un día común, para un día 16 de septiembre, se convierte en una misión complicada.

Se respiraba una tensa calma en el aire. A pesar de que, en la salida de Metrobús Bellas Artes no existía el mayor movimiento, era difícil alcanzar a comprender la razón del porque se movían tantos camiones con el nombre de Marina.

Quienes querían tomar un buen lugar para contemplar el desfile militar hacían fila desde las cuatro de la mañana en las calles del centro histórico, mientras tanto, personal de limpia del Distrito Federal, vestidos de naranja, se encargaban de limpiar el desastre de la noche anterior, donde los invitados a “la fiesta de México” dejaban montones de basura en las calles.

Después de superar una fila de unas 100 personas en la calle de Madero, donde las personas hablaban de los problemas que les había tomado el llegar al lugar o que habrían querido tener tiempo para ir al grito y escuchar a la Arrolladora Banda Limón, se logró el ingreso a la zona de seguridad.

Habían tres filtros de revisión, donde los encargados de la seguridad revisaban cada parte del cuerpo de los asistentes, haciendo una división entre hombres y mujeres. Se buscaban artículos de  metal que pudieran funcionar como armas, alcohol o paraguas. Todo para evitar incidentes.

A pesar de lo lento del proceso de revisión, que en cada persona tomó cerca de veinte minutos dentro del cerco de seguridad había un gran número de personas esperando que iniciara el evento. El evento empezó cuatro horas más tarde pero eso, es otra historia.