Autor: Claudia Rodríguez Álvarez/ 

El calor en los vagones del Metro parecía insuperable, hasta que el convoy se detuvo en la estación Tlatelolco. Estudiantes politécticos hacían bambolear los vagones colgados de los tubos, parados en los asientos, sacudiendo y golpeando las ventanas y puertas al unísono de Huelum, mientras que alumnos de FES Aragón esperaban —a compañeros que se quedaron atrás— replegados en  las paredes de los andenes.

Alumnos de Prepa 5, CCH Naucalpan, Sur, UAM Azcapotzalco, Voca 6, entre muchas otras escuelas, junto con ciudadanos que se dirigían a la marcha conmemorativa del 2 de octubre y otros usuarios del colectivo —que sólo querían salir de aquel bochorno—, se dirigían a la salida de la estación, dispuestos a llegar a laPlaza de las Tres Culturas donde hace cinco décadas un número aún desconocido de estudiantes y ciudadanos fueron abatidos.

Las consignas y leyendas que se leían en pancartas y mantas no solo eran por lo ocurrido en 1968, se confundían y mezclaban con otros hechos sangrientos y represivos: “Ni perdón, ni olvido” “Vivos se los llevaron, vivos los queremos” “Fue el Estado” “Por una sociedad justa” “Por un mundo donde seamos iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”.

En las calles aledañas a la plaza había  mantas  salpicadas de rojo simbolizando sangre, papel Kraft manchado de letras negras escurridas, pintura fresca en la cara de los jóvenes —y también en los no tan jóvenes, unidos exigiendo ¡no al olvido!

Sobre avenida Ricardo Flores Magón, con el Centro Cultural Universitario CCU de Tlatelolco, se colocaron quienes no podían entrar  a la Plaza por la cantidad de personas que se encontraban ya en el lugar, dispuestas a movilizarse en conmemoración de los 50 años de la matanza del 2 de Octubre de 1968.

A las 16:00 horas seguían llegando diferentes grupos sociales, se aglutinaban pero no se podía dar ni un paso más al frente; la espera de más de 30 minutos bajo el sol, que reposaba sobre los hombros de los asistentes, pareció de unos segundos, el calor pasaba a segundo plano cuando la avidez de los ciudadanos por marchar aumentaba.

La movilización era lenta, miles y miles enfilaron por las calles y las organizaciones se volvían cada vez más difusas, gritaban algunos: “— Toda la UNAM se juntará en un sólo contingente”, mientras se escuchaban murmullos de confusión y un poco desesperación. Sin embargo a los pocos minutos ya se podía avanzar sobre Eje Central más holgadamente y sin miedo a perderte de los tuyos.


1, 2, 3, 4, 5, 6…40, 41, 42, 41, ¡JUSTICIA! Gritaban todos al mismo tiempo, pidiendo que se regresaran vivos a los compañeros desaparecidos hace ya 4 años en Ayotzinapa; una educación pública, gratuita, científica y popular, una Universidad sin acoso, sin Graue y sin Porros y un País sin violencia se exigía cada vez que terminaba un Goya.

Las personas que observaban desde las banquetas y ventanas de edificios que se localizan cerca de metro Garibaldi, mostraron  pancartas y banderas, los que causaba emoción en los participantes por el sorprendente interés de la gente: “Ese apoyo sí se ve” gritaban conmovidos.

Llegando  al desnivel del Eje Central Lázaro Cárdenas, los puños se alzaban en cadena y el silencio era estremecedor, casi ensordecedor una calma que antecedía al Goya más estruendoso, ¡México, Pumas, Universidad! Se escuchaba unánime, el sonido rebotaba en las paredes, la acústica acrecentaba la porra de la Universidad y los alumnos hondeaban sus banderas doradas con azul.


Indigenistas danzaban, hacían sonar sus caracoles de mar, retumbaban sus tambores, las plumas de sus collares y aretes en un vaivén por el bailoteo y el humo con olor a copal salía de sus difusores con carbón. Metros más adelante retomaban consignas y las convertían en canciones improvisadas con metales, cuerdas y percusiones.


Por unos momentos, ya en la calle 5 de mayo, el contingente de Aragón se retrasaba a propósito para gritar un Goya y después correr a manera de estampida para alcanzar la marcha a punto de llegar a la Catedral.

El camino seguía y empezaban a ingresar a la Plaza de la Constitución —con la Bandera Nacional izada a media asta en señal de luto— todos los grupos que habían acompañado la movilización, para seguir protestando por las luchas sociales, y conmemorar a los caídos del 68 con un silencio abrumador con el cual  finalizaron las actividades del día.