Por: Estefania Morales

Además de su acento tan característico y ”encimado” de los chilenos, su música es reconocida internacionalmente por un sello particular que Chile ha mantenido a lo largo de todos estos años en sus expresiones artísticas.

El estilo chileno podría ser sinónimo de sincero, genuino, consciente, conciso, revolucionario.

A principios del siglo pasado, la música más popular era la denominada ”música típica”, que era representada por grupos como Los Huasos Quincheros, Los Perlas y Los Cóndores, que interpretaban una versión refinada del folclore de campo; una adaptación diseñada para que gustara en la ciudad, pero sin representar realmente la cultura y vida de la vida en el campo.

Esta temática falsa del folclore campesino, causó una romantización de la vida rural, que más adelante otros músicos criticarían.

En la década de 1960 surgió un movimiento cultural que fue representado en el ámbito musical por Violeta Parra y Victor Jara, principalmente, los cuales también fijaron su atención en el campo, pero para recuperar canciones, ritmos, mitos y hasta recetas tradicionales, incorporando instrumentos y estilos de la música hispanoamericana.

Jara y Parra no solo fueron intérpretes y compositores, sino también investigadores nacionales que supieron rescatar toda esta información de la cultura chilena y luego plasmarla en canciones de trova y boleros.

Rapidamente este movimiento cultural tomó tintes políticos, respondiendo a los cambios sociales que vivía el país en los años sesenta y setenta.

 

Un poco después, el país viviría una de las transiciones políticas más importantes de su historia: el golpe militar de 1973 por parte de Augusto Pinochet. La música chilena respondió con un movimiento denominado ”canto nuevo” que se conformó por una generación de jóvenes cantantes universitarios destinados a crear música comercial, debido a la censura que se vivió en la época. A pesar de esto, en lugares medio convencionales, músicos sinceros presentaban su trabajo en otros espacios, como lo fue, el mítico Café del Cerro. Una de ellos fue Isabel Aldunante, una de las voces femeninas más importantes de la época

La música chilena siguió respondiendo a los hechos que sucedían en el país, es por ello que en 1990, en la época histórica denominada ”Transición a la democracia”, debido al emblemático pebliscitó de 1988 donde más de la mitad de la población votó por el NO contra Pinochet. En esta etapa se estableció una nueva política nacional fundada en la unidad, democracia y reconocimiento de las violaciones a los derechos humanos que se cometieron durante la dictadura y el régimen militar.

Eduardo Gatti, es uno de los exponentes de este momento cultural.

En paralelo surgieron propuestas musicales pero de otro género, como fue el punk, rock, jazz y hasta ska. La banda Los Prisioneros son un ejemplo claro de esta parte de la música, teniendo influencias del new wave y el synth pop. Desde esta trinchera musical, cantaban y despertaban a la generación más joven que sufrió la dictadura de Pinochet.

Así como la música se influenció de los movimientos musicales internacionales, también lo hizo con los de este siglo, trayendo consigo propuestas musicales electrónicas y pop, representadas por músicos de una nueva generación a la que ya no le tocó algún tipo de reconformación política, por lo que sus canciones son de temáticas más sencillas y tranquilas, valiéndose también de la tecnología y el internet para no depender de un sello discográfico, generando ellos mismos sus productos para su audiencia.

Muchos músicos actuales pertenecen a esta generación también llamada ”indie” teniendo presencia no sólo en su propio país, sino en el mundo.

La música chilena tiene el sello de la consciencia y de la respuesta; de mostrarse vulnerables hacia su entorno y hacer algo al respecto. Los chilenos le cantan a su país en todos los momentos de su historia.