Por: Vicente Flores Hernández

Ludwig Van Beethoven nació el 16 de diciembre de 1770, en Bonn, Alemania. Descendiente de campesinos, vivía de una manera modesta. Su padre, director de la orquesta de la localidad le inculcó la pasión por la música, por lo que desde muy pequeño fue considerado un prodigio, por lo que a los siete años ofreció su primer concierto en Alemania.

Debido a que Beethoven, es considerado el nexo entre dos períodos como lo fueron el Clasicismo y el Romanticismo, es posible entender su obra a lo largo de tres períodos:

El primero de 1794 a 1800, es considerado como el término del Clasicismo, en ese periodo, realizó su Primer Sinfonía, dedicada al barón Gottfried van Swieten,  con la que fascinó a sus contemporáneos por su frescura y originalidad.

El segundo de 1800 a 1815, se le denomina como la transición, donde sus obras musicales logran ser más románticas, como la Quinta sinfonía de 1808 (Op. 67). Esta sinfonía en do menor es importante por la construcción de los cuatro movimientos basados en el motivo rítmico formado por figuras de tiempo largas, las cuales abren la obra y retornan una y otra vez dando a la obra una extraordinaria unidad.

El tercer de 1815 hasta su muerte en 1827, fue donde compuso la Novena Sinfonía, considerada como su obra cumbre,  en la cual logró introducir en el cuarto movimiento el uso de la voz para cantar de la “Oda a la alegría” de Friedrich Schille.

Con su piano de cola a ras de piso, Ludwig Van Beethoven, quien padecía un alto grado de sordera, consiguió sentir las vibraciones que generaba la composición de la Novena sinfonía en re menor. La obra, en la actualidad es recordada por su grandeza y es una de las piezas más reconocidas del repertorio operístico y de la música.

Hoy recordamos a Ludwig Van Beethoven, un hombre que a pesar de todos sus problemas, logró enriquecer a la música con su talento.