Por: Oswaldo Rojas

Destacado por su prosa absorbente y sus historias ominosas, Salvador Elizondo Alcalde, considerado uno de los exponentes más importantes de la generación de la Casa del Lago, también llamada “del medio siglo”, cumpliría 83 años de edad.  El Palacio de Bellas Artes lo recordó este año con la exposición Farabeuf: 50 años de un instante, celebrando la primera novela de Elizondo, misma con la que obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia en 1965 y que representó un centro para la literatura mexicana.

La exposición, montada en agosto pasado, mostró los textos de lengua china, bocetos de caligrafía y referencias bibliográficas con las que construyó su obra más importante. Explicaba que la búsqueda estilística del novelista se basaba en la creación de una experiencia poética cercana a lo absoluto. Esta sensación resultó muy similar a la idea que George Bataille, de quien Elizondo abreviaría, desarrolló en “Mí madre y Las lágrimas de Eros”. Según Bataille la única y mejor forma de acceder a lo divino es sumergirse en las ciénagas del espíritu humano.

La controvertida fotografía que mueve la novela de Elizondo la vio por primera vez en Las Lágrimas de Eros, así Farabeuf o crónica de un instante surgió de la fuerte impresión que dejó en el escritor la imagen del ejecutado chino al que se le practicó el Leng t’ché o muerte por mil cortes. En la novela Elizondo hace un énfasis profundo al instante previo a la muerte y al éxtasis que parece experimentar el ejecutado.

Mil cortes

Personalmente recuerdo que en Rayuela, de Cortázar, el chino Wong les muestra a los integrantes del club de la serpiente una fotografía que a pesar de no llegar a ser descrita se entiende que es la misma, causando la misma extraña atracción.

El escritor desde joven se vio influenciado del gusto por el cine de su padre, del cual aprendió la relación que existe entre las perspectivas de una toma y la forma en que se entiende la trama. Ese principio lo aplicó a diferentes textos suyos, siendo Farabeuf el más evidente: el texto se superpone como una serie de descripciones preciosistas del mismo momento ambientadas por la memoria dispersada de sus personajes.

De esta forma Elizondo piensa en el escritor no sólo como un amanuense del ser, si no como el demiurgo ensimismado de textos proféticos y de “máquinas” de muerte y creación.

“Yo he optado por el mundo de la realidad interior tal vez porque no tengo el poder de observación, de análisis y de fijación de la atención que serían necesarios para que yo pudiera poner por escrito ese análisis que yo mismo estoy incapacitado de hacer, mucho menos de escribir. La realidad exterior me parece menos rica tanto en experiencias negativas o positivas, mucho más ricas en la realidad interior; en la realidad exterior la experiencia mcuchas veces se detiene ante el otro personaje que participa. En la vida, en el amor, no podemos trascender a convertirnos en la experiencia del ser amado, así que nos tenemos que quedar con lo que del amor somos capaces de experimentar por nosotros mismos”’ dijó en una entrevista para la Revista de la Universidad.

Tras su primer poemario publicado en 1960 Elizondo jamás volvió a ese género y se dedicó a crear una obra basada en cuentos y novelas. Otros de sus textos fundamentales son “Narda o el verano” (1966), “El grafógrafo” (1972) y “Miscast” (1981).

Según el portal del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) también trabajó como articulista con textos breves y enigmáticos en periódicos y revistas como: Medio Siglo, Positif, Revista de la Universidad de México y el diario El Nacional. Un tomo que compila fielmente la naturaleza de sus artículos es Contextos.

Salvador Elizondo
Incursionó en el círculo editorialista al fundar las revistas “Nuevo Cine” y “S.nob”, que pese a su poco tiempo en circulación, detalla el portal www.literatura.bellasartes.gob.mx, marcó un descanso al discurso nacionalista de las publicaciones de su tiempo.

Lamentablemente sus artículos corrieron con mala suerte por la gran carga filosófica que contenían y que los alejaba del tono acostumbrado de los lectores de periódicos, haciéndolos poco rentables para los editores.

Aún con eso y derivado de sus esfuerzos en diferentes rubros de la escritura fue becario fundador en El Colegio de México, en donde cursó estudios de lengua china; becario de la Fundación Ford para estudiar en Nueva York y San Francisco; becario del Centro Mexicano de Escritores 1963-1964, y becario también de la Fundación Guggenheim 1968-1969.

También fue maestro en la Facultad de Filosofía y Letras, y en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC) de la UNAM.

El escritor mexicano murió a sus 73 años el 29 de marzo de 2006 víctima de un cáncer de boca.