Por: Melisa Carrillo

Es poco después de las 12 del día. Como de costumbre, las inmediaciones del Palacio de Bellas Artes se encuentran ocupadas por una concurrencia diversa. Grupos de jóvenes,  niños jugando y turistas tomando fotografías, se congregan en las inmediaciones del gran palacio de mármol.

A un costado del edificio, unas treinta personas ya se encuentran sentadas debajo de la carpa en la que cada fin de semana, el programa Cultura A-Pantalla de la Secretaría de Cultura transmite los programas de la Orquesta Sinfónica y los programas de la Ópera de Bellas Artes que se presentan en el recinto.

En el vestíbulo del palacio, un grupo numeroso de visitantes observa las pantallas con la programación disponible. Mientras que un flujo de personas desciende de las escaleras tipo imperial, la fila de la taquilla que vende la entrada al museo se extiende hasta la puerta lateral izquierda del recinto, y un poco más, terminando fuera del edificio.

Dentro del recinto, una serie de trabajadores de saco y pantalones negros, saludan a los visitantes y les señalan con las manos la dirección en la que se encuentra la sala de la exposición. Sonríen y abren con parsimonia las puertas de cristal.

El recorrido comienza con dos autorretratos, uno de Diego Rivera, y otro de Pablo Picasso. Desde el primer momento, uno puede predecir lo que vendrá. Una figura de piedra volcánica acompaña el retrato de Rivera, y no muy lejos del retrato de Picasso, se encuentra otra pieza prehispánica de la colección de Diego Rivera.

Del lado derecho, una pequeña sala proyecta un vídeo de introducción a la obra. El espacio es reducido y el volumen del vídeo no es muy alto, por lo que con el ruido ambiental de la sala, los visitantes tienen que apoyarse casi por completo de los subtítulos del vídeo. No todos llegan observar el final del mismo.

De vuelta a la primera parte de la muestra, un grupo de personas conformado por parejas amorosas, grupos de amigos jóvenes, o de la tercera edad y familias inician el recorrido. Desde los primeros minutos, algunos niños se muestran inquietos por terminar la visita, mientras los padres miran interesados las obras.

A unos pasos de ahí, un joven delgado de aproximadamente 26 años, con la cabeza y el cuello estirados a pocos centímetros de las obras, y las manos enlazadas en su espalda, observa detenidamente las piezas. Después de ver el modelo de la Venus de Nilo que algún escolar realizó en la academia, la compara con las ilustraciones que Picasso y Rivera realizaron de la pieza. Así que así comienzan todos.

A unos pasos, un grupo de amigos observan algunas de las obras que los artistas realizaron en su tiempo en la academia. Como siempre, en esos grupos tan numerosos, mientras un par de chicos observan las piezas con verdadero interés, el tío restante está más preocupado en hacer algún comentario que haga reír a los demás.

-¿Viniste a la exposición de Da Vinci? Recuerdo especialmente unos dibujos pequeñitos del rostro de unos señores viejos- Le comenta un joven a su acompañante, una chica risueña y alegre.

Fotografía: Melisa Carrillo.

Mientras tanto, en la sala dedicada a la línea del tiempo que compara la vida y trabajo artístico de los dos artistas, una sala semicircular con una pantalla en el centro, un grupo de personas caminan poco a poco siguiendo la línea.

De entre la multitud, una pareja de madre e hija recorren rápidamente el pequeño espacio.

-Mira, Picasso hacía sus obras así, como un rompecabezas, pero mal acomodado-.

Le comenta la madre a la joven, que mira silenciosamente una de las piezas en miniatura que acompañan la línea. Después de ver la pantalla unos segundos, abandonan el apartado.

Entre los visitantes, destacan los adultos mayores. Uno que otro observa las piezas a distancia, apartados de las demás personas, mientras que la mayoría de los visitantes se ocupa de fotografiar las obras con el celular.

Asimismo, abundan las parejas jóvenes y matrimonios, que tomados de la mano, voltean la mirada hacia su pareja para señalar con su mano libre, y explicar alguna de las líneas o figuras presentes en las obras.

Un hombre  que visita la exposición acompañado de su hijo, aleja su cuerpo de la malla de seguridad, se dirige a uno de los cuidadores:

-Están bien estas limitaciones, porque da tentación de hacerle así…

Comenta mientras acerca su rostro a la pintura, sólo un poco más allá de lo permitido por la malla.

La pintura que el hombre señala,El joven de la estilográfica. Retrato de Best Maugard, de Diego Rivera, ciertamente tiene algo de tentadora, se trata de un óleo que resalta por las diversas texturas que lo integran.

Ya en la parte más importante del museo, en la que se encuentran las obras que Picasso y Rivera realizaron durante la vanguardia cubista, una mujer  exclama: ¡Ay, que hermosos cuadros!, mientras otros asistentes  se agrupan alrededor de las obras, que llaman su atención por la diversidad de sus colores y elementos.

Una niña se acerca casi corriendo al Paisaje de Fontenay de Diego, y voltea a ver a su madre para decirle: Hay que tomarle foto a esta, está bonita. La mujer se niega y prefiere fotografiar el Paisaje zapatista, también de Rivera.

Detrás de ellas, una pareja de adultos mayores, se acerca a la obra.

-Mira este cuadro, tiene mucha claridad, es como dicen, muy artístico, y creativo. Ahí está anunciado algo, a pesar de que no tiene un texto o un diálogo que lo acompañe.

La pareja observa detenidamente el cuadro.

-Sí, es como un collage, tiene elementos mexicanos como el sarape, agrega la mujer.

Unos momentos después, una pareja de amigos se acerca.

-Parece como el mexicano que pintan con su sombrero y su poncho ¿no?-. El amigo lo secunda soltando una risita.

La siguiente sección del museo, abarca las obras que Picasso realizó después de la Primera Guerra Mundial, cuando regresó a plasmar elementos grecolatinos en sus obras, y se dedicó a expresar mitos, sueños y experiencias personales.

Los adultos y los jóvenes disfrutan especialmente la serie de dibujos que el español realizó para la Metamorfosis de Ovidio, y las obras protagonizados por el minotauro. Animada, una mujer le dice a otra que la acompaña: ¡El minotauro se está echando a esa mujer!

-¡Sí!, contesta la otra, ellos están pensando ¡estamos tomando y estamos en todo!.

Frente a la obra Día de Flores, de Diego Rivera, los visitantes aprovechan para tomarse la foto de recuerdo.

-¿Tu abuelita no usaba las trenzas así? Mi abuelita las usaba.

-Sí, el orgullo, y siempre traían al niño así, en la espalda.

Ya en la última sala, un hombre comenta con su pareja: ‘quizás el mayor mérito de Diego Rivera haya sido el regreso a lo antiguo, y a lo mexicano cuando sólo existía lo europeo’.

En la tienda de souvenirs, una pareja de niños esculcan la mercancía.

-¿Tiene pins de Diego Rivera?

-No, se nos terminaron.

-Mira mami, este libro de pinturas. Yo quiero algo.

Y a la salida del Palacio Bellas Artes, en la carpa acondicionada para las transmisiones de Cultura A-Pantalla, el espacio se ocupaba en un 50%, durante la retransmisión del programa 18 de la Orquesta Sinfónica Nacional.

A pesar de que el 48% de los mexicanos no suelen asistir al diverso abanico cultural que ofrece la ciudad, y el 43% afirma no haber asistido a un museo, el Museo Nacional de Bellas Artes espera que la exposición Picasso & Rivera. Conversaciones a través del tiempo, rebase los 170 mil visitas que recibió la muestra Pinta la Revolución a principios de mayo hasta principios de mayo. Con todo y las estadísticas en contra, Picasso & Rivera ha recibido durante sus dos primero días más de 5 mil visitantes.