Por: Oswaldo Rojas

El memorable y gastado aforismo de Nietzsche —que por cierto repetimos siempre incompleto— “Dios ha muerto. Lo matamos nosotros que también lo habíamos creado”, se ha convertido en la regla para los hombres de la postmodernidad. Una regla que cultivan sin caer en la noción de que se revela a los que la toman sin pensar.

Esta frase en realidad no es tan sólo la redención del dolor como parte de la vida humana, sino la aceptación de el como la cualidad que puede cultivar las virtudes. En medio de esto surge la destrucción de las certezas, e innegable, de la identidad que el hombre común describe y perfecciona, incluso si no cuenta con una.

Después de Nietzsche, que creó una filosofía antisistema, las certezas se volvieron de mal gusto: nada era en realidad absoluto. Dios ha muerto. Pero en lugar de asomarnos al abismo para contemplar la nimiedad de la vida, hicimos de esa falta de certezas la única, al grado de comenzarla a utilizar para explicar vulgarmente nuestras decisiones.

A partir de su Nietzsche pareciera que todo esta permitido y que nadie puede equivocarse en realidad puesto que no hay algo en concreto para equivocarse. En realidad Nietzsche, su obra, no está presente en su ausencia porque se ha tergiversado su aforismo; su búsqueda no es la de los hombres que lo citan.

El nihilismo que vaticinó en Europa tiene dos rostros. Por un lado, es la visión clara de la infamia o lo ominoso; el otro, es el desengaño que lleva a la voluntad de entendimiento.

Para encontrar esa voluntad, el nihilismo se coloca frente, y paradójicamente, a su eterno retorno, con lo que nace la intemporalidad, lo inconcluso del instante.

Aquellos que quieran leer a Nietzsche deberán partir con la certeza de no ser nadie, de no saberlo y posiblemente no entenderlo.  “Mi obra tiene tiempo -no quiero confundirme con las tareas del presente-. Acaso dentro de cincuenta años, algunas personas abran los ojos y se den cuenta de lo que hice. Ahora me parece no sólo difícil, sino imposible hablar de mí públicamente, sin quedarse muy por detrás de la verdad”.