Por: Redacción

“No hay más García Márquez que el periodista”, decía de sí mismo el autor de libros emblemáticos como Cien años de soledad, El otoño del patriarca, Crónica de una muerte anunciada, La hojarasca, El amor en los tiempos del cólera, El general en su laberinto, El coronel no tiene quien le escriba, entre muchos otros del  novelista, cuentista, reportero y guionista cinematográfico, galardonado en 1982 con el Premio Nobel de Literatura.

El escritor colombiano, nacido en Aracataca, Colombia, el 6 de marzo de 1927 y fallecido en la Ciudad de México el 17 de abril de 2014, decía que en sus libros, “lo que cambia es la elaboración, el tratamiento del material. Pero, digamos, las formas de aproximación a la realidad son la esencia del periodista. En mi caso son las mismas: tanto para la literatura como para la política y para el periodismo. Entonces yo considero que mi primera y única vocación es el periodismo”.

En una entrevista realizada en 1976, aseguraba que lo que él quería era ser periodista. Su infancia, la pasó con sus abuelos: el coronel Márquez, un excelente narrador que fue su cordón umbilical con la historia y la realidad y Tranquilina Iguarán una mujer imaginativa y supersticiosa que llenaba la casa con historias de fantasmas, premoniciones, augurios y signos.

Aunque realizó estudios de derecho, éstos le reafirmaron su vocación de escritor y en 1947 publicó su primer cuento La tercera resignación en el periódico El Espectador de Colombia. Luego se desempeñó como reportero en diarios colombianos como El Universal y El Heraldo y fue corresponsal en París y Nueva York.

Su carrera literaria comenzó con una novela breve, La hojarasca (1955), cuya historia transcurre en el mítico y legendario pueblo de Macondo, creado por el autor. En 1961 publicó El coronel no tiene quien le escriba y un año después, reunió algunos cuentos bajo el título de Los funerales de Mamá Grande y publicó su novela La mala hora.

A principios de los sesenta del siglo XX, llegó a México donde fijó su residencia y fue en nuestro país, donde pudo realizar su gran novela, una en la que sucediera todo y que tenía pendiente desde los 18 años.

“A fines de 1964 iba yo hacia Acapulco —con Mercedes y mis dos hijos— y entonces, como una revelación, encontré exactamente el tono que necesitaba. Y el tono era contarlo como contaba las cosas mi abuela. Porque yo recuerdo que mi abuela contaba las cosas más fantásticas, y lo contaba en un tono tan natural, tan sencillo, que era completamente convincente. Y entonces no llegué a Acapulco. Regresé y me senté a escribir Cien años de soledad”.

Con esta novela, publicada en 1967, el éxito le llegó a García Márquez cuando apenas tenía 40 años. De inmediato, el libro fue traducido a 24 idiomas y ganó cuatro premios internacionales, incluso el poeta chileno Pablo Neruda diría que “es la mejor novela que se ha escrito en castellano después de El Quijote”.

Inscrito en el realismo mágico, Cien años de soledad cuenta la legendaria saga de los Buendía en el pueblo de Macondo: un territorio imaginario donde lo inverosímil y mágico no es menos real que lo cotidiano y lógico.

Así, el autor colombiano se situó en la primera línea del boom de la literatura hispanoamericana junto a los argentinos Jorge Luis Borges y Julio Cortázar, el peruano Mario Vargas Llosa y los mexicanos Juan Rulfo y Carlos Fuentes.

Luego, vinieron otros libros como El otoño del patriarca de 1975, que constituiría la novela preferida del escritor; los cuentos La increíble historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada (1977) y Crónica de una muerte anunciada(1981), considerada por muchos como su segunda obra maestra.

En 1982, Gabriel García Márquez recibió el Premio Nobel de Literatura, “por sus novelas e historias cortas, en las que la fantasía y la realidad se combinan en un mundo rico de imaginación, reflejando la vida y los conflictos de un continente”, detalló la Academia Sueca.

Al respecto, Juan Rulfo señaló que “por primera vez después de muchos años se ha dado un premio de literatura justo”, mientras que Carlos Fuentes destacaba que García Márquez había logrado una de las mayores características de la ficción moderna: la liberación del tiempo, permitiendo recrear a sí mismo al ser humano y a su tiempo.

El colombiano recibió el premio, por el que también competían el británico Graham Greene y el alemán Günter Grass,vestido con un traje “liquiliqui” de lino blanco, el mismo traje que usó su abuelo y en su discurso La soledad de América Latina se quejó de la falta de atención de las potencias a América Latina.

Gabriel García Márquez también escribió teatro, Diatriba de amor para un hombre sentado (1987) y fue un apasionado del cine, donde participó en la realización del cortometraje La langosta azul en 1954, hizo las adaptaciones de cintas como El gallo de oro, Tiempo de morir y Edipo Alcalde y fue guionista de películas entre las que destacan En este pueblo no hay ladrones, Juego peligroso, Patsy, mi amor y Presagio.

Su actividad literaria siguió con libros como El amor en los tiempos del cólera de 1987, El general en su laberinto de 1989, Doce cuentos peregrinos de 1992, Del amor y otros demonios de 1994 y Noticia de un secuestro de 1997. En 2002, García Márquez publicó el libro de memorias Vivir para contarla y en 2004, la novela Memoria de mis putas tristes, que causó gran conmoción al abordar un romance entre un hombre de 90 años y una adolescente.

En 2005, el autor decidió tomarse un año sabático. En febrero de 2006 señalaba en una entrevista, de las pocas que concedió, que “no he escrito una línea. Y, además, no tengo proyecto ni perspectivas de tenerlo. No había dejado nunca de escribir, este ha sido el primer año de mi vida en que no lo he hecho” y es que, revelaba, encontró una cosa fantástica “¡quedarme en la cama leyendo!”.

Fue el 17 de abril de 2014, cuando el escritor colombiano falleció en su casa de la Ciudad de México. Fue despedido con un Homenaje en el Palacio de Bellas Artes, que se pintó de Cien años de soledad, vallenatos y mariposas amarillas, con la presencia del secretario de Cultura, Rafael Tovar y de Teresa, y los presidentes de México y Colombia, Enrique Peña Nieto y Juan Manuel Santos.