Por: Rivas Luis Alberto  

“Pueblo chico, infierno grande” un dicho nacional que se vuelve verdadero en cualquier ciudad o pueblo  que se encuentre en el globo terráqueo: de Alaska a la Patagonia o de España a Japón; en donde la gente tenga lengua, haya algo de qué hablar, exista una especie de canibalismo social y colectivo, se puedan devorar unos a otros por medio de palabras, y allá una ley que pese a no encontrarse escrita en ninguna constitución que más respetamos y obedezcamos.

Jorge Amado  a través de su libro Gabriela Clavo  y Canela lleva al lector hasta su Brasil, específicamente al pueblo de Ilhéus, la ciudad donde el progreso terminó por arrollar a todos. Es lugar donde pasa todo y a la vez no pasa nada, pero, el autor se preocupa por describir cada detalle de los lugares y los personaje, hasta lograr que el olor a cacao te invada y que el calor de la playa te haga sudar.

Con una narrativa tan descriptiva de las mujeres Ilhenses,  que le temen a los Coroneles y los pistoleros a sueldo, es imposible no ser invadido por la nostalgia de la época donde todos conocían a todos y las tardes se la pasaban entre pláticas y juegos de mesa.

Hablar de Ilhéus es recordar a Gabriel García Márquez y su Macondo. Es una ciudad tan real que parece fantasiosa y viceversa; en la que viven Ofenisia y su triste historia con el Sultán; el doctor que hace una investigación profunda sobre los antecedentes de su familia: los Ávila; y Sinhazinha, quien es asesinada por su marido por estar con su amante, el dentista Osmundo Pimentel, que sin ropa hicieron hablar y fantasear a la mitad del pueblo. Todos los personajes están unidos por la sangre Ávila.

La historia de los Ávila en el libro Gabriela Clavo y Canela, sugiere al lector recmontarse a los Buendía del libro “Cien años de soledad”, un eje conductor, una liga invisible que une el árbol genealógico de una familia  y el avance histórico de un pueblo.

Tratando de encontrar una metáfora para explicar el libro holista de Jorge Amado, sólo encuentro una pertinente:

El libro funciona como los rayos de una rueda de bicicleta. Cada historia es un rayo, todas parten del mismo punto. Incluso al principio de la novela, comparten el mismo día de origen. Cada uno de los rayos toma su curso, se disparan en todas direcciones. A veces se cruzan unos con otros, a veces no, pero sin duda todos terminan enlazados por el principio y por el final.

Hablar del libro como una red de acontecimientos sería incorrecto, una red es confusa, es compleja y difícil de desenmarañar. Por el contrario, la rueda cuando está detenida o va despacio, muestra cada uno de sus componentes, enlazados, quizá unidos para siempre, pero individuales a la vez, se puede ver claramente donde se encuentra uno y en donde el otro.

Por eso es recomendable leerlo lento, primero entender todas las historias como un hecho individual y después encontrarle relación con las demás. Aunque creo que el libro también pueden disfrutarlo los impacientes, aquellos que prefieren que la rueda corra rápido y ver que todos los rayos son uno sólo, como el gran listado de historias que se convierten en una sola, al echar un vistazo a Ilhéus desde el cielo, desde afuera, sin entrometerse con los personajes.

Nacib al principio de la novela, es él que observa las posturas de unos y de otras, que como cualquier buen periodista prefiere mantenerse al margen de todo. Los políticos acaparar el poder junto con su parentela (Toda la familia Bastos), hasta los simpatizantes de la oposición, incluido Mundhino Falcao.

El autor crea personajes tan reales, que es sumamente difícil no sentirse identificado con alguno, no sufrir con Nacib cuando los celos rondan su hamaca, no sonreír con la personalidad divagante de Gabriela o no enamorarse de ella.

Tal parece que Jorge Amado no inventó una novela ni a ningún personaje, es posible que se hubiera sentando a fuera de su residencia en Bahía, tomara su pluma y se pusiera a recopilar fragmentos de su realidad, no encuentro otra posible explicación del por qué cada detalle de este libro es tan tangible.

Los enredos y estrategias políticas que parecen salidas de un periódico del Distrito Federal, las mujeres “comunicativas” sacadas de cualquier unidad habitacional; los chismes de barrio, la mujer de ensueño, el profesor enamorado, la muchachita de los secretos, la mujer solitaria que busca el calor de cualquier hombre, los curas que se abstienen de carne de mujer a cambio de un poco de lluvia, recrean la historia.

Ilhéus es un pueblo que existe y que es utilizado por el autor, para darle nombre a una novela que parece ser ficticia, increíble y real.