Por: Redacción/

Tres imágenes escénicas como metáfora del movimiento muestran el rostro salvaje de la ciudad, el estereotipo natural y el paraíso perdido como símbolo del estado de inocencia antes del conocimiento, en un tríptico que genera emociones y sentimientos y remite a una existencia casta.

El buen salvaje –con coreografía del maestro Óscar Ruvalcaba Pérez– está basada en la idea del filósofo Juan Jacobo Rousseau de que el ser humano es bueno por naturaleza y posee una especie de inocencia innata, pero es la sociedad la que lo corrompe, aun cuando su condición originaria lo hace íntegro y biológica y moralmente sano, nunca malvado, opresor ni injusto.

El montaje –presentado en el Foro Casa de la Paz de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM)– plantea que la ingenuidad es un elemento fundamental de la felicidad que permite contactar experiencias más amplias, abriendo a otros universos.

La singular pieza dancística representa el anonimato que favorece que los habitantes de una metrópoli desarrollen un comportamiento de supervivencia casi animal; el regreso al origen natural y salvaje desde un estereotipo, y el paraíso perdido, al que sólo llegan los que son conscientes de aquello relevante en verdad, pero se arrepienten por no haberlo descubierto en vida.

Aunque la puesta en escena prescinde de una narrativa convencional, cada intérprete –Yazmín Rodríguez, Marcos Sánchez Márquez, Saúl Gurrola Salazar y Gerardo Guerrero Rodríguez– da cuerpo a imágenes arquetípicas apoyadas por una propuesta sonora de música electrónica y africana.

Para Ruvalcaba Pérez, El buen salvaje remite a una existencia casta y al Edén extraviado, un elemento primordial de la obra pues se erige en la meta a obtener ante la pérdida de la inocencia cuya recuperación es indispensable, ya que “todos somos de alguna manera un buen salvaje, algo que debe asumirse como una forma permanente de vida y una muestra de valor”.

Cada escena constituye una propuesta completa y única, pero el conjunto crea un tríptico que pretende conmover, mencionó el también miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.

Rousseau estaba convencido de que los vicios humanos eran producto de la sociedad, por lo que las ejecuciones dancísticas reflejan una especie de nostalgia por aquellas relaciones que recuperan los sentimientos más profundos. Ahora, cuando se vive una especie de desencanto con las promesas de todo tipo, el coreógrafo se inspiró en la esencia del juicio del pensador suizo para presentar en el recinto universitario la última parte de una trilogía compuesta por Sara tenía noventa años y Memoria desvanecida.