Autor Arnulfo Roque Huerta

Hace pocos días Gerardo entró al salón con dos o tres de sus compañeros y como es común entre los jóvenes venía con mucha energía la cual al no saber cómo canalizar lo hizo meterse en problemas, pues sin razón alguna y sin que nadie lo previera arrancó de la pared una lona que ostenta la imagen de un árbol y es usada en clase para registrar los libros que hemos leído (es decir el “árbol lector”). Por supuesto cuando pregunté quién fue, él lo negó rotundamente hasta que sus compañeros lo culparon y no tuvo más que aceptar la responsabilidad.

Aún no sé lo que más molestia me causó: la acción realizada o el poco valor para aceptar la responsabilidad por el acto llevado a cabo; estoy seguro que si se hubiese responsabilizado desde el principio argumentando que actuó sin pensar, yo habría platicado con él y seguramente encontraría una solución para reparar la lona arrancada, pero dado que no lo hizo así me vi en la necesidad de citar a su tutor para demostrarle de alguna forma que toda acción tiene una consecuencia.

El problema no era solo la actitud, sino también el daño causado al mobiliario del colegio y al material didáctico útil para sus compañeros y aun para él. Dicho inconveniente surgió por tratar de mostrar un falso heroísmo ante un par de sus compañeros, con lo cual estaba perjudicando a muchos otros y del mismo modo afectando el trabajo que yo realizo en el proyecto de lectura dentro del colegio.

Al día siguiente llegó muy temprano su papá con quien pude platicar satisfactoriamente, pues después de ponerlo al tanto de la situación apoyó del todo la decisión de la dirección de pedir al chico restituir el material dañado, entendiendo que su hijo se había equivocado y que debía responsabilizarse por sus acciones. En verdad la charla con el padre de Gerardo me confirmó que es posible trabajar en equipo en pro del crecimiento del joven; me corroboró que aún existen padres que apoyan, reafirman y confían en la educación que el colegio ofrece.

Tal vez para algunos esto no sea muy importante pero para mí lo es en demasía, pues no tienen idea lo difícil que puede ser en ocasiones lidiar con los papás de algunos alumnos. Cuando uno los cita para tratar asuntos relacionados con sus hijos muchas veces hacen caso omiso del llamado y cuando pueden asistir lo hacen con muy poca disposición de tratar de solucionar el problema y por el contrario generan un inconveniente mayor al tratar de culparnos a los profesores  por el comportamiento del chico, por sus actitudes, por sus bajas calificaciones y hasta por el calentamiento global (no exagero).

Y es que los chicos son en verdad muy listos y muchas veces cuando se sienten acorralados por sus acciones, se dan a la tarea de contar su propia versión de la historia a sus progenitores, en donde claro ellos son las víctimas de todo el embrollo y el profesor es el tirano que los odia (aquí sonrío un poco). Por supuesto que Gerardo contó su versión en la cual argumentó que yo lo había exhibido frente al grupo tratándolo mal e insultándolo, pero por supuesto eso jamás sucedió y su papá también lo sabía.

Me fue muy grato recibir el apoyo del papá y observar la disposición de ver crecer a su hijo, de enseñarle a responder por sus actos sin ser exageradamente estricto o extremista; me alentó a continuar con mi labor docente tener frente a mí a un padre que sabe la relevancia que tiene como pieza fundamental en la tan conocida triada educativa (profesor-alumno-padre); me fue grato haber conversado con uno de esos buenos padres que aún existen para llegar a un acuerdo sin la necesidad de reprochar, reclamar o buscar culpables.

En una ocasión escuchó un proverbio africano que reza: “Para educar a un niño hace la falta la tribu entera” y vaya si lo creo, pues los chicos son demandantes, audaces, ágiles, con mucha hambre de aprender y salir adelante; todas estas cualidades hacen que la labor de educarlos sea más complicada y requiera del trabajo en equipo donde padres y profesores velamos juntos para llevar a buen puerto la maravillosa tarea de formar, guiar y educar al chico.

Estoy seguro que Gerardo será un hombre exitoso porque tiene gente en su entorno que lo quiere, lo respeta, lo corrige cuando es necesario y apoya todo el tiempo, estoy seguro que su vida tendrá el mejor de los resultados porque no solo tiene padres, sino “buenos padres” y también sé que un día Gerardo sabrá que quien escribe este texto nunca quiso exhibirlo sino corregirlo, nunca buscó molestarlo sino ubicarlo y que jamás intentó ser una mala persona sino “un buen educador”.